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No son el cúmulo de pequeños y grandes pecados los que nos hacen necesitados de salvación, es nuestra naturaleza caída. De la misma manera no es la suma de actos de bondad, positivos y contrarios al pecado los que nos podían justificar, sino una transformación de nuestra naturaleza por parte del único justo.

La unión de la divinidad con la humanidad en Cristo, la redención por medio de asumir la cruz en entrega total al Padre, la destrucción de la muerte en el sepulcro que no pudo contener al único justo sin que este fuera rescatado en su divinidad arrastrando consigo su humanidad… Todo ello no es más que la salvación y redención de todo el genero humano, de ti y de mi en particular.

Solo un acto de Dios así podía salvarnos… es a partir de esa fe en Jesucristo que entonces nuestros actos comienzan a tener sentido salvador, porque son la confirmación de nuestra fe, porque obramos por amor a él, con él y en él. Primero viene el amor que nos salva y justifica y luego viene el amor del hombre que ahora redimido, puede ser entregado… así pequeño, dividido e inconstante, pero perfeccionado, encarnado y resucitado por los méritos de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios.

Que gracia y que locura de aquel que todo lo creo… bien lo expreso San Juan de la Cruz hablando de la Creación:

Una esposa que te ame,
mi Hijo, darte quería,
que por tu valor merezca
tener nuestra compañía

y comer pan a una mesa,
del mismo que yo comía,
porque conozca los bienes
que en tal Hijo yo tenía,

y se congracie conmigo
de tu gracia y lozanía.
Mucho lo agradezco, Padre,
el Hijo le respondía­;

a la esposa que me dieres
yo mi claridad daría,
para que por ella vea
cuánto mi Padre valía,

y cómo el ser que poseo
de su ser le recibía.

Reclinarla he yo en mi brazo,
y en tu ardor se abrasaría,
y con eterno deleite
tu bondad sublimaría.

Hágase, pues ­dijo el Padre­,
que tu amor lo merecía;
y en este dicho que dijo,
el mundo creado había…