Queremos tener el control, y no, no lo tenemos. La vida se ve como un caos ante nuestros ojos, un caótico espacio de libertades que chocan y se aplastan.
Pero:
«Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, “alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo suavemente” (Sb 8,1). Porque “todo está desnudo y patente a sus ojos” (Hb 4,13), incluso cuando haya de suceder por libre decisión de las criaturas» (Concilio Vaticano I: DS, 3003).
Y es que Dios es soberano, el vence al leviatán (al monstruo del supuesto caos) con su providencia.
El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: “Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza” (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: “Si Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir” (Ap 3,7); “hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza” (Pr 19, 21).
Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la sagrada Escritura, atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas. Esto no es “una manera de hablar” primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo, de enseñarnos a confiar en Él.
Confianza en Dios. ¿Cuántas veces no lo hemos escuchado? Y seguimos confiando en quién? En nuestra habilidad, en nuestras fuerzas, en nuestro poder controlarlo todo… y por eso caemos, por eso nos frustramos, por eso echamos culpas porque al final nos damos cuenta que casi nada podemos, que la “la vida” parece decidir por nosotros y que estamos realmente desnudos ante lo que nos sucede.
En contraste…Jesús…. pide un abandono filial en la providencia de su Padre, nuestro Padre, que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos.
A veces creemos que Dios está ahí de lejos, viendo como nos desenvolvemos.. NO, Dios no es creador porque haga algo y se aleje, Dios es Dios porque MANTIENE cada instante el ser en ti, en mí, en todo. Si Él pestañeara por un segundo todo desaparecería. Nada puede existir si Él no lo mantiene en la existencia. Sí, cuando estás haciendo eso que no deberías estar haciendo Dios te mantiene en la existencia…
Por eso es importante entender que no solo la soberanía de Dios se establece de manera directa.. sino también a través de nosotros.
Y es que Dios actúa sabiamente también en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: “Dios es quien obra en nosotros el querer y el obrar, como bien le parece” (Flp 2, 13; cf. 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque “sin el Creador la criatura se diluye” (GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf. Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13).
¿Y cuando obramos mal?
Los hombres y mujeres, tú y yo, personas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre, deben libremente amar lo que es digno de ser amado. Pero esa misma capacidad nos da la opción de rechazar el amor, de rechazar a Dios mismo. De hecho lo hicimos y lo hacemos, pecamos. Y así es como el mal moral entra y actúa en el mundo. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. (cf. San Agustín, De libero arbitrio, 1, 1, 1: PL 32, 1221–1223; Santo Tomás de Aquino, S. Th. 1–2, q. 79, a. 1). Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien:
«Porque el Dios todopoderoso […] por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal» (San Agustín, Enchiridion de fide, spe et caritate, 11, 3).
Entonces, podemos entender que el mundo en grande y tu vida en concreto, están en un camino inacabado… que debemos dirigir hacia un fin, hacia el gusto y amor por Dios y lo que ama o el rechazo de todo lo que Dios desea. Ser parte de la familia de Dios o querer el aislamiento de la soledad total. Ninguna acción está libre de está decisión, cada acto es un acto de amor a Dios o de rechazo a Dios, no porque decidir si cenar leche o café sea moralmente importante, sino porque cada respiración que damos en gracia con Dios pesa y cada respiración que damos enemistados con Él pesa. A eso me refiero. Y esto es BUENO, que el mundo no sea perfecto y esté en vía es BUENO, que tu vida no sea aún perfecta y puedas trabajarla es algo BUENO y sabio y debe ser causa de alegría. Tenemos tanto por hacer.
Por eso vemos que Dios nos concede incluso poder participar libremente en su providencia confiándonos diferentes responsabilidades (cf. Gn 1, 26–28).
El Catecismo nos dice:
Da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos (cf. Col 1, 24). Entonces llegan a ser plenamente “colaboradores […] de Dios” (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino (cf. Col 4, 11).
Pero Dios no deja de ser soberano aún con nuestro pecado, aún con nuestras malas decisiones, aún al intentar abiertamente hacerle la guerra…
Y es que, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal causado por sus criaturas: Cuando José, hijo de Jacob, es vendido como esclavo por sus hermanos y termina siendo mano derecha del faraón, les dice a sus hermanos: “No fueron ustedes, los que me enviaron acá, sino Dios […] aunque ustedes pensaron hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir […] un pueblo numeroso” (Gn 45, 8;50, 20; cf. Tb 2, 12–18 vulg.). Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, de Dios mismo hecho carne, por la superabundancia de su gracia (cf. Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien, pero “En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28).
Los Santos entendieron muy bien esta verdad: Así santa Catalina de Siena dice a “los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede”: “Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin” (Dialoghi, 4, 138). Y santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor” (Carta de prisión; cf. Liturgia de las Horas, III, Oficio de lectura 22 junio).
Así pues, Dios es el Señor del mundo y de la historia. Y aunque los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios “cara a cara” (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sábado (cf. Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.
A ver, ¿entonces qué es la divina providencia? Consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin último. Así que tú no estás en control, pero si puedes decidir confiar en Dios o no.
La vida no es “hacer” muchas cosas, sino ante todo DEJARSE hacer por Dios, es el sí confío de María, es el “hágase tu voluntad” de Jesús en Getsemani. Y es a partir de ahí, de dejarse moldear por Dios, que nuestros actos tienen sentido real.
Porque creemos que Dios está ahí de lejos viendo cómo desenvolvemos nuestros asuntos, interviniendo de vez en cuando. Cuando celebramos la asención de Cristo, creemos que se fue y estamos esperando a que vuelva. Pero no… eso está en nuestra mala imaginación, Cristo no se fue, Cristo asciende a un lugar donde precisamente puede, a la “derecha del Padre” dirigir y encaminar aquel pueblo por la que entregó su vida. En Él somos, nos movemos y existimos. No hay ninguna milésima de segundo donde Dios no esté dirigiendo toda la creación en su conjunto y a cada uno de sus hijos en particular hacia el Reino… algunos pelearán contra Dios y sus planes, pero como Satanás lo vivió, Dios utiliza incluso el mal para realizar su designio, hasta el demonio coopera con Dios sin quererlo. Pero si entramos en relación con Dios dejaremos de solo cooperar para entonces colaborar libremente, seremos sus amigos al ser portadores del pan de su providencia a los otros.
Repito, porque esta es la diferencia entre entender TODO en la vida o no entender nada. Mientas vives tus asuntos mundanos aún los más insignificantes, Dios está ahí, y el único fin de todo es la salvación, tú salvación y las de los que te rodean. Salvación que no es un “fin-final” no es algo que sucede al final de la carrera. La salvación es nuestra apertura a la relación y presencia de Dios todos los días, en todos los momentos… hoy mismo, ahora mismo que lees esto.
Cuando por fin nos cae el veinte verdaderamente de esto, la soledad se termina, las cosas insignificantes que antes nos inquietaban dejan de tener tanto peso, el sufrimiento molesta menos, al espectáculo del mal no nos quita la esperanza. Porque sabemos que Dios soberano sostiene todo en su providencia y lo está dirigiendo hacia un fin, TU VIDA está siendo empujada hacia la gloria final, hacia que camines con Dios, tu verdadero destino, sí, incluso ese sufrimiento o esa enfermedad o esa molestia o esa tragedia o también esa vida tranquila y llena de paz, están siendo usadas por la Sabiduría poderosísima del Soberano, del Señor, que es Padre y nos ama con paciencia y ternura.
Todo versa acerca De Dios y nosotros, la salvación, nuestra salvación. Todo. Todo. Todo. Sea para colaborar con Él, cooperar con Él sin saberlo o pelear contra Él y de todas maneras ver que su designio se mantiene. Y su designio eres tú.
Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.
¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;
_Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente,
conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días
antes que llegase el primero.
¡Qué incomparables encuentro tus designios,
Dios mío, qué inmenso es su conjunto!
Si me pongo a contarlos, son más que la arena;
y cuando termino de conocer todas tus obras, aún me quedas tú…
Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno…
_
Y Dios te responde:
“Te conocía aun antes de haberte formado en el vientre de tu madre; y antes de que nacieras te elegí”
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