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Dios es omnipotente, Él pudo salvarnos de una manera diferente a la pasión de Cristo (Summa Theologiae III:46:2).

En la cuestión 2 de su Quodlibet II, Santo Tomás de Aquino apela a la dignidad infinita de la persona de Cristo como una razón por la cual la muerte de Jesús no era absolutamente necesaria.

Dado que Jesús es el Verbo de Dios, y por tanto divino, cualquier acto que realice tiene un poder infinito.

Por lo tanto, Jesús podría haber orientado cualquiera de sus acciones a la redención del género humano y, con ello, haberla logrado.

Dios podía perdonar sin exigir sufrimiento, porque el pecado es una ofensa contra Él, y Él tiene autoridad para perdonar sin necesidad de “compensación”. Esto significa que el sufrimiento de Cristo no era necesario en sentido absoluto, como si Dios estuviera obligado por la justicia a castigar a alguien.

Pero Santo Tomás enseña que sí fue conveniente que Cristo sufriera, y que lo hiciera en forma de pasión y muerte. ¿Por qué?

La pasión fue elegida por Dios

Cuando Tomás dice que algo “fue conveniente” (conveniens fuit), no quiere decir que era absolutamente necesario, sino que fue la forma que Dios eligió.

Para mostrar la gravedad del pecado

Aunque Dios podía perdonar sin castigo, permitió que Cristo sufriera para mostrar cuán serio es el pecado. El pecado no es solo “algo malo”, es una ruptura con Dios que causó la muerte del Hijo de Dios hecho hombre. Esto mueve al corazón humano al arrepentimiento.

Para unir la humanidad a los méritos de Cristo

Nuestra vocación es vivir en comunión íntima con Dios, es ser como Dios y amar como Dios ama. Entonces el centro de nuestro pecado es la desconfianza y desobediencia al amor de Dios, es romper la comunión Él, quién es la vida, por eso estamos sujetos a la muerte, a la inquietud, al sentimiento de vacío, a la decadencia.

La pasión y muerte de Cristo es una reversa a eso.

Jesús ama perfectamente al Padre y expía la falta de amor de la humanidad, y siendo Dios, es capaz de cumplir el propósito para el que Dios creó al ser humano.

La cruz de Jesús reconcilia a los pecadores con Dios, porque quienes aceptan lo que Jesús hace por ellos, con fe, son incorporados a Él y participan en su acto salvador.

Su vida de obediencia al Padre se convierte en la vida de obediencia de todos los que, como discípulos suyos, ponen su fe y confianza en Él.

Como dice san Pablo: “Y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.” — Gálatas 2,20

La sobreabundancia del amor de Dios

La muerte de Cristo en la cruz no es un castigo. El Padre quiso que Él nos siguiera hasta la muerte, Jesús quiso obedecer al Padre por amor a Él y a nosotros. Fue una elección.

Entonces en vez de decir que Jesús es castigado por el Padre y todos nuestros pecados desaparecen, decimos que la muerte de Jesús en la cruz es tan buena, tan meritoria, tiene un valor infinito porque Jesús es Dios y hombre—es divino, entonces lo que ofrece al Padre en ese acto es de valor infinito—que supera el daño causado por nuestros pecados. Imagina la balanza de la justicia, que cuando nuestros pecados ponen la balanza en una dirección, el sacrificio de Cristo golpea la balanza infinitamente en la otra dirección.

En 1 Juan 4,8, san Juan nos dice que Dios es amor. Por eso, no es de sorprender que la muerte de Jesús en la cruz, que es una expresión del amor de Dios, no haya sido absolutamente necesaria, ya que el amor es la expresión de la mayor libertad.

Los jefes judíos, el pueblo de Jerusalén que lo rechaza, las autoridades romanas que lo usan con cinismo, los soldados que lo golpean y se burlan, los discípulos que lo abandonan… Todos son manifestación del pecado humano: tus pecados, mis pecados.

Pero Jesús aceptó ese rechazo, abuso, soledad, traición y violencia brutal, y respondió a ese pecado nuestro con actos de amor y de entrega fiel hasta la muerte.

Es como si absorbiera el odio y el pecado con su amor infinito y obediencia, y así los transforma.

Hace de la cruz —instrumento de tortura y ejecución— un medio para amar a quienes lo torturan y ejecutan, un medio para mostrar, para todo el mundo y para todos los tiempos, cuán completamente y profundamente Dios ama a quienes ha creado.