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christ-knightDios es Rey, Soberano, el Señor. ¿Pero de quién, de que reino? Este mundo, puesto en manos de los hombres y su propio reinado, había expulsado (o eso creyó) a Dios de sus planes, éramos soberanos de la tierra y de esta creación, creando guerras, divisiones, leyes, cultivando la economía, medicina, astronomía, siguiendo el mandato divino de “dominar la tierra”.

El problema es… que nuestra voluntad y nuestra libertad no es divina, no está sustentada ni tiene como centro a Dios, por lo que nuestros actos y todo nuestro dominio tiene siempre el peligro de servirse a si mismo en vez de a la creación, de destruir, matar, vejar, consumir todo a su paso, dominamos la tierra sometiendo y sembrando caos. A pesar de todo tenemos nuestras luces, nuestras manos puestas en ideales mayores, porque la imagen divina no está perdida en nosotros, pero aun en esos avances y en esas luchas que a veces saben reconfortar y ganar algo semejante al proyecto de Dios, siempre está la mancha de un hombre que no puede ni sabe salvar, que no puede ni sabe amar de verdad, que no puede ni sabe que es la verdad, que no sabe que hacer para que en su libre albedrío pueda ser verdaderamente libre.

El problema para Dios, su grande problema es que nos ama, es que seamos su creación, su problema es que la razón de nuestro existir es “ser” relación con Él. Si fuera un dios con otra naturaleza, bien le vendría que el hombre se auto-destruyera y quitarse el problema de encima. Pero no puede, no puede dejarnos. ¿Cómo un Dios todopoderoso puede arreglar una creación puesta en manos de su propia libertad? ¿Cómo un Dios que nos crea para amar y para relacionarse con nosotros puede amarnos y a su vez permitir el curso natural de nuestras decisiones, de las consecuencias reales de todos los actos posibles en todos los hombres creados?

Si el problema de Dios es amarnos y al mismo tiempo habernos dado la capacidad de elección ¿Cuál es el problema del hombre?… Que lo único que nos da vida y nos sostiene es alguien que podemos expulsar de nuestra vista. El problema del hombre es que podemos y de hecho elegimos la muerte a la vida, el problema es que podemos dejar de poner a Dios al centro para que reine en nosotros nuestra propia voluntad, que siempre tendrá sus luces, pero ante todo su oscuridad.

En este escenario y bajo estas reglas se gesta la batalla de Dios por el hombre y del hombre contra Dios…

El todopoder de Dios hace una cosa, una sola… caer hasta nuestro abismo, precipitarse desde los cielos, desde su ser para Él mismo y cumplir el anuncio nunca antes sospechado de Emmanuel… se convierte realmente, encarnadamente en “Dios con nosotros”.

Existe un falso rey, el rey de la soberbia humana y todos los poderes fácticos del mundo con los cuales sometemos y nos someten… y en ese ya conocido estado de la creación y dominio humano, en un tiempo concreto ya determinado, se asomaba de una cuna el poderoso brazo del Señor, que venía a conquistar a sus enemigos para poder ocupar su lugar con nosotros… había venido a rescatar a sus hijos amados, a su creación perdida, no con el cetro de la destrucción que sería usar los medios que usamos los soberbios en la humanidad, sino con el poder de la verdadera libertad que se entregará por mandato del Padre…

¿Quién es Cristo sino el hombre que pone a Dios como fundamento y centro? ¿Quién es Cristo sino la respuesta que el hombre debió de haber dado en Adán? ¿Quién es Cristo sino Dios encarnado, respondiendo en la naturaleza del hombre como debió de haber respondido toda la humanidad? Y entonces Cristo vino a hacer por el hombre lo que el hombre mismo no hizo… hacer del Padre el soberano de nuestra mente, nuestro corazón y nuestras fuerzas.

El mal fue derrotado porque hubo un hombre, un verdadero hombre que hizo todo lo contrario que el hombre caído había hecho. Es Cristo contra Adán. Y ese hombre-Dios toma consigo todo el pecado, todo el mal, todo lo que la libertad desbocada que los hombres habían desatado y los destroza en la cruz. No solo restituye la naturaleza humana caída, sino que le da la posibilidad verdadera de comenzar de nuevo. No solo derrota al mal dandole al hombre un héroe, un rey, que puso la voluntad de Dios como centro desde nuestra naturaleza humana… también derrota a la muerte al arrebatarle nuestras almas a su justicia, justificando en su propia carne y en su propio ser la posibilidad de morir eternamente, de alejarse por siempre de Dios, que es al final la única y verdadera muerte.

Dios en su infinita creatividad resuelve el problema de una creación desbocada en su libertad y mientras está en eso, encuentra la manera de hacerlo de una forma que no quede duda que Dios nos ama y que optar por Él no es una imposición, sino un acto de Gracia al reconocer ya no que Dios es el sustento intrínseco (y no puede ser de otra manera) de toda nuestra existencia, sino que es el Señor que desde el frente de batalla nos rescata del abismo, nos ama y da su vida por nosotros.

Y es ahí precisamente en el centro de nuestra mente, nuestras fuerzas y nuestro corazón, donde Dios no quiere entrar si no le abrimos las puertas, todo lo que hizo, toda esa gracia sobreabundante que desbordo nuestra copa, está solamente puesta para quienes tengan el valor de reconocerlo como su Señor, para los que dejen subir a Cristo a su barca, de hacer de Jesús el centro de toda su voluntad, de toda su memoria, de todo su entendimiento, de toda su mente, de toda su alma, de toda su vida, de todo su ser.

Todo lo demás está hecho, consumado por Cristo… solo debemos entender y amar el anuncio de “Dios con nosotros” y dejar que sea Él, el Señor, quién dirija esta batalla que no es contra un enemigo invencible, porque el ya ha vencido al mundo, solo nos pide que seamos parte de la victoria haciéndolo y reconociéndolo a Él como el verdadero Señor de todo lo que somos.

Amen / Solemnidad Cristo Rey