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resurreccionLos antiguos no creían en los dioses por ignorancia. No veían en el trueno y en la cosecha lugares donde debían crearse un dios porque no entendían de donde provenían o como funcionaban. Los antiguos entendían estas cosas de alguna u otra manera y muchas veces sabían como controlar ciertos fenómenos.

Ellos entendieron que su vida se formaba desde el caos. Comprendieron que el control que tenemos sobre la vida, sobre nuestra propia existencia es muy poco. No solo eso sino que vivían una experiencia de desnudez, de sin sentido, de lo efímero de sus propios días.

Vivían pues una realidad más real que la que vivimos hoy en día. Creemos que porque entendemos los elementos, entendemos los fenómenos, entendemos un poco más el funcionamiento de la materia, somos más sabios o podemos manipularlos para lograr “algo”, pero nunca hemos logrado que ese “algo” produzca en nosotros felicidad o bienaventuranza verdadera.

Vivían también la realidad inmediata de la muerte, la deriva sin sentido de un destino, soñando y anhelando la trascendencia de un paraíso para los justos, para los guerreros, para los que entregaban la vida a algo.

Pero los pos pos pos modernos (nosotros) vivimos en una época infantil, una época de sobre protección y de sobre promesas, cómodos, consumiendo, arropados de una falsa esperanza en la inmortalidad de nuestra complacencia, sin pensar en la muerte, la tragedia o la desintegración gradual de la vida en una enfermedad, en el cautiverio, en el dolor, el simple y tenso drama del existir diario que ahogamos moviendo el dedo hacia arriba en una pantalla táctil.

Creemos ignorantemente que la muerte nunca llegará mañana, que la vida más deseada es mi vida rodeada de las comodidades y los juguetes de la modernidad, una larga vida sin que nada la interrumpa. Todo controlado por el presupuesto de estar protegidos en la seguridad que nos da el dinero, posición, poder, ciencia, belleza, puesto, —inserta cualquier seguridad—

Ya no necesitamos dioses que nos hagan ver lo caprichoso del destino, ni lo incontrolable de la existencia. Ya no necesitamos recordar la muerte de mañana, ni lo que viene después… ya no hay un paraíso mejor que éste que vivo rodeado de la comodidad, de mi celular, mi carro, mis juguetes, mis bebidas, mi equipo de fútbol, mis posesiones, mis “amigos”, aquí esta todo lo que necesito, nada trasciende lo que ya poseo. Mi insatisfacción es por un mejor celular, carro, juguete, droga, deporte…

Hemos perdido por completo la trascendencia de la vida, el anhelo de ese “ir más allá” que tanto deseamos y que nunca hemos visto satisfecho con nada de lo que hemos creado con nuestras propias manos, ya no hay Paraíso, Valhalla, ni Olimpo… ya no hay caos, ya no hay tormentas incontrolables ni terremotos impredecibles, ya no hay nada que temer, ni nada que buscar, ni nada por lo cuál dar la vida… porque vivo de meme en meme, de serie en serie, y me protegen mi seguro de vida, mi partido político, mi cuenta bancaria, mi propia arrogancia… he perdido a los dioses del caos y la mortalidad para abrazar los de la seguridad y netflix. Ya no rezamos al Dios desconocido, ahora desconocemos todo lo divino, y pasamos de ser hijos de Dios, que miraban la muerte a los ojos buscando la inmortalidad, a hijos de mujer buscando el pecho oculto de la madre para evitar ver el caos y la muerte que permean toda la realidad.