“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” Jn 3,16
Estamos cerca de celebrar la Semana Santa y la Pascua. ¿Qué es la Pascua? La celebración de la liberación del Pueblo de Dios de la esclavitud de Egipto, cuando las casas marcadas con la sangre del cordero eran la señal para que el ángel exterminador, la última plaga, no tocara esos hogares. Un acto histórico único y absoluto de Dios. La historia de la salvación sin embargo, siguió avanzando, y Jesucristo, Dios hecho hombre, nos explica qué significan estos signos que hoy vemos:
«En aquella ocasión algunos que habían llegado le contaron a Jesús cómo Pilato había dado muerte a unos galileos cuando ellos ofrecían sus sacrificios.
Jesús les respondió: «¿Piensan ustedes que esos galileos, por haber sufrido así, eran más pecadores que todos los demás?
¡Les digo que no! De la misma manera, todos ustedes perecerán, a menos que se arrepientan.
¿O piensan que aquellos dieciocho que fueron aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén?
¡Les digo que no! De la misma manera, todos ustedes perecerán, a menos que se arrepientan». Lc 13
¿Por qué Dios dejó que esta pandemia sucediera? Bueno, lo que Dios permite es la vida y todas sus consecuencias. Desde que el primer átomo fue creado, desde que la primera voluntad humana fue formada a imagen y semejanza de Dios, la creación sufre dolores y consecuencias. Dios no necesita intervenir directamente en cada ley natural y en cada acto del hombre, las consecuencias naturales de cada acto son eso, consecuencias naturales.
¡Pero por qué Dios lo permite! Porque para acercarnos a parecernos a Él (que es lo que al final quiere, compartir su vida divina), necesitamos poder crecer en el amor, la esperanza y el servicio. Si no tenemos un lugar donde desarrollarnos y luchar, estaríamos muertos en vida. Bueno, hoy, lo que Dios pide es que no te obsesiones con ver el panorama completo, con predecir todo lo que viene, sino que en vez de preguntar ¿por qué Dios, por qué?, te preguntes, ¿cómo puedo amar y servir hoy?, ¿cómo puedo concretamente extender mi “yo” hacia los demás para ser un “nosotros”? Ahí es donde la vida se crea y engendra salvación.
¿Acaso la Iglesia no ha despertado más allá de los muros? Misas, homilías, oraciones compartidas virtualmente, expresando digitalmente lo que ya sabíamos sucedía espiritualmente, la comunión de toda la Iglesia visible e invisible sin importar las distancias físicas o temporales.
¿No ha despertado un hambre por lo que dábamos por un hecho? Los sacramentos, el Sagrario, el Templo.
¿No ha despertado a los médicos que quizá estaban un poco adormilados en su práctica?
¿No ha despertado a la reflexión a aquellos que tenían a la vida como un lugar seguro de autocomplacencia, para verla como lo que es, un lugar peligroso y del cual no saldrán vivos?
¿¡Entonces Dios lo permitió por todo eso!? Lo que Dios ha permitido es la vida, y todas sus consecuencias.
¿Pero, es que Dios no puede enviar plagas y detenerlas? Claro que puede, y lo ha hecho, así azotó a Egipto, pero Dios no está limitado a actuar de esa manera, ni siempre lo hará como los discípulos de Jesús creían «¿O piensan que aquellos dieciocho que fueron aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? ¡Les digo que no! De la misma manera, todos ustedes perecerán, a menos que se arrepientan»
El pecado es el que trae dolor y consecuencias, Dios no necesita acrecentar eso más, pero a su vez, lo importante es mirar lo que Dios nos pide en su Palabra: “De la misma manera, todos ustedes perecerán, a menos de que se arrepientan” Jesús, lo sabemos, no habla de la muerte mundana e inmediata, sino de la “muerte” de aquel que se excluye a sí mismo del Reino de Dios, que se excluye de la fuente de vida que es Cristo. Del que dice “¡Señor, Señor!”… Pero no hace lo que su Señor le pide ¿Y qué es arrepentirse, qué es convertirse? Es imitar a Dios “Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos” Jn 15:13.
Dar la vida no es solo como aquel sacerdote enfermo de coronavirus que murió, al renunciar a su respirador para dárselo a otro, dar la vida es llamar, convocar, acompañar, compartir, sanar…
El máximo mal de la creación, la muerte de Dios mismo en una cruz, supuso el máximo bien posible para el hombre, la reconciliación con Dios. ¿Por qué Dios lo permitió? Porque a través de eso iba a vencer todo o que destruye al hombre, el egoísmo, la soledad, el miedo, la depresión, la desesperación.
La verdadera pregunta no son las razones de la tragedia, sino ¿Qué harás tú ante los males? ¿Qué harás tú, ante la tragedia? ¿Te convertirás? ¿Mirarás con compasión? ¿Entregarás tú vida? ¿Serás un “nosotros”? ¿Seguirás a Jesús en la cruz?
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