Ἰησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ (Iēsous Christos, Theou Yios, Sōtēr) «Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador»
Revisa las noticias de hoy… muerte, asesinatos, genocidios. Billonarios controlando todo por poder, armas, trata de personas, intereses políticos, intereses económicos. Este mundo puesto en manos de nuestros proyectos solo sabe engendrar muerte.
Tú y yo también participamos de ese gran mal y vivimos sus consecuencias. Los grandes genocidios no inician de un día para otro, son el resultado de todo un conjunto de pequeños desvíos, “pecados” y elecciones, de toda una micro y macro historia de la que soy también parte, que me muestra (y te muestra a ti si tienes los ojos bien abiertos)… que no son ya el conjunto de pequeños o grandes actos los que nos hacen gritar por un salvador, sino que es nuestra naturaleza la que gime, es lo que somos en nuestras profundas entrañas lo que necesita de algo nuevo, lo que necesita ser rescatado “desde afuera”… desde alguien que este afuera de todo este desorden.
¿Y quién está fuera de este desorden? Solo Dios. Y solo el Dios verdadero podría introducirse en este caos y rescatarnos. Cuando los primeros Cristianos se identificaban por el acróstico: Iēsous Christos, Theou Yios, Sōtēr «Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador» no era solo por un simple pietismo, era el profundo reconocimiento de lo que significa la encarnación, la cruz y la resurrección.
Hoy vives muy cómodo. Tus cosas, tus distracciones, tu trabajo, tus fines de semana, tu seguro de auto, de vida, médico. Todo dicho y todo hecho. Pero nadie puede crearse un oasis en medio del caos. Incluso tú, quizá, hayas domesticado a Jesús en el tierno maestro de bucles dorados que habla de paz y amor. Parte ya de tu vida como un seguro más, de que si todo lo humano falla, hay un placebo certero para llevarte a el “cielo”, todo garantizado por ese ídolo, el del Jesús de tus fantasías.
Pero la realidad es otra, y Dios, el Dios que salva es otro. Iēsous Christos, Theou Yios, Sōtēr «Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador»… es el profundo reconocimiento de lo que significa la encarnación, la cruz y la resurrección. Es el reconocimiento de que no existe nada que yo pueda hacer para salvarme, no existe nadie que pueda hacer nada para salvarse. Porque salvarse no es “irse al cielo”, esa es una consecuencia de una naturaleza restaurada… salvarse es que Dios asuma este desorden en su carne y lo clave en la cruz. Salvarse es que Dios se encarne y se ponga en manos del pecado, la destrucción, la envidia, la injusticia, el sufrimiento, la muerte misma… el último lugar donde al parecer no llegaba Dios.
Esa muerte que Dios la hace suya en Jesucristo su Hijo, participa de ella, la asume, y en ese bajar a la oscuridad de la muerte… la destruye. La destruye al ser levantado por el amor del Padre… La muerte no podía contener al Hijo, y el Hijo, que es todo Dios y todo hombre, nos gana una nueva naturaleza, que aunque muera, será levantada igual que nuestro Señor Jesucristo resucitó. Porque el precio del pecado es la muerte, y el Hijo nos ha pagado toda deuda posible.
Decir con gozo que Jesucristo, Hijo de Dios, es nuestro salvador, mi salvador, no es una religión, ni es una moda, ni es darse golpes de pecho; es la profunda declaración de fe que se ha enfrentado a la realidad y a su vez a escuchado un anuncio que reconoce como lo más verdadero que haya escuchado y que haya resonado en todo su ser, en toda su existencia, meditando en su corazón todo esto que dijo e hizo Jesús, Hijo de Dios, Salvador, verdadero hombre y verdadero Dios. «No teman, yo he vencido al mundo…» «Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos.» «Levántate.»
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