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Dios dejo muy claro que la realidad no excluye el dolor y el sufrimiento. El misterio del mal engendrado del libre albedrío humano se ha encarnado en nuestra realidad histórica. Ser Cristiano no significa que estemos apartados de la realidad, sino que hemos aceptado a Dios, al completamente otro. Por eso las consecuencias del mal no han sido anuladas, ni un millón de oraciones podrán cambiar la realidad que puso a Dios mismo en una cruz.

Cuando Cristo anunciaba “El Reino de Dios” no lo hizo con un ejército de caballos y espadas ¿Qué impediría al Creador del universo obligar con su fuerza a su criatura? Dios entiende muy bien quién es el enemigo. El enemigo no somos nosotros, sino nuestro corazón… el centro de nuestras decisiones, ahí es donde nacen los asesinatos, mentiras, violaciones, adulterios, hambre de poder. Dios tiene que transformar nuestro corazón, llamándonos, convocándonos, dialogando cara a cara con nosotros, encarnándose en Cristo, pero y al mismo tiempo debe pagar las consecuencias de todo el mal histórico. No se los paga a “Él” como tributo, sino como justicia y consecuencia última de la verdad.

Dios se acercó tanto a nosotros que no tuvimos otra cosa que hacer que asesinarlo, demostrando que odiamos la justicia, odiamos ser salvados, odiamos ser iluminados, odiamos la verdad, odiamos ser amados. Pero como Dios gana todas las batallas… nos invierte todo y del mayor mal del mundo, nos gana, no por Él, sino por nosotros mismos.

La historia de salvación no es el mediocre cuento de hadas de que como soy Cristiano todo irá de maravilla y mis oraciones son respondidas por el ídolo-dios de mi imaginación. La historia de la salvación es lo más serio que el hombre puede contemplar porque es la realidad del bien, el mal… pecado, redención, libertad, gozo, sufrimiento, verdad en la que estamos metidos hasta el fondo y de la cual pende todo lo que amamos de verdad. Porque todo lo que amamos está fundamentado en Dios y Él ha venido a encontrarnos, a derrotar el mal y el dolor no con el poder del mundo, sino llenándolo de su presencia, solo debemos aceptar que entre también en nuestra casa para encontrarse con nosotros.