Somos inmortales. Cuando miro a los super heroes de las películas siendo golpeados por fuerzas extraordinarias y sufrir apenas unos rasguños, me hace recordar que aunque nuestro cuerpo puede sufrir y perecer, somos inmortales, fuimos creados para vivir eternamente.
Recordar nuestra inmortalidad nos hace querer ver a la cara nuestro destino, a mirar el lugar hacia donde nos queremos dirigir eternamente. Le da peso, drama y verdad a nuestros actos, buenos o malos, porque nos recuerda que hacen eco en la eternidad. Nos hace querer tomar contacto con quién nos da la vida, con quién nos pensó y sabe quiénes somos realmente.
Nuestra inmortalidad pone en perspectiva los problemas, sufrimientos, alegrías y placeres de esta vida. No son ellas la razón última de que existamos, ni tienen la última palabra.
Las historias de heroes y dioses antiguos, son un débil reflejo de la grandiosa y aterradora verdad de que somos inmortales. Esta vida es solo un campo de batalla que fija nuestro destino verdadero, la gloria de la salvación o el llanto de la perdición. Recordar que somos inmortales nos dice quiénes somos, porque en vez de pensar cómo pasaremos 70 años en este coliseo temporal… nos hace pensar donde pasaremos la eternidad. Solo así esta vida adquiere su verdadero sentido y profundidad.
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