¿Entonces para qué rezamos, para que los Cristianos rezan?
Orar es elevar el pensamiento y el alma a Dios. Igual que los niños hablan a sus padres primeramente para pedir algo, ante todo cosas básicas, los hombres en su infancia espiritual hablarán a Dios para pedirle lo mismo, comida, salud, vida, etc. Es un instinto espiritual natural.
Para poder tener una relación con alguien tiene que existir comunicación, intención de comunión, elevación del pensamiento hacia lo amado… Dios jamás rechazará ese instinto espiritual básico que se dirige a su Padre a pedirle y compartirle su necesidad. Otra cosa es que esa oración motive una intervención directa de Dios y aún más que esa intervención sea medible y detectable por todos a su alrededor.
Pero la raíz profunda de porque los Cristianos rezamos es el reconocimiento de Dios como fundamento y sustento de nuestra existencia. En un primer momento clamamos a Dios en el reconocimiento de nuestra impotencia y nuestra falta de poder y control. El hombre ansía sentido, pero no puede hacerlo en una creación sumergida en el pecado y el desorden. El primer acto que realiza el hombre de manera instintiva es clamar al único que puede poner sentido y orden a todo este sinsentido. El simple hecho de poder llamarlo, de saber que precisamente Dios está fuera de este desorden garantizando que existe una verdadera justicia, un verdadero sentido y una verdad, es ya una causa de alegría.
Cuando un Santo ora a Dios ya no pide por salud, comida o un auto del año, pide por la santidad de otros y la propia, pide por la salvación, pide por las causas trascendentes, es alguien que ha pasado de la infancia espiritual a la madurez. Es quién por fin y de una vez por todas reconoce que esta vida es pasajera, que somos polvo y que a Dios no le interesa mantener este mundo ya como está. No es una llamada a la anarquía porque donde existe alguien que ame a Dios debe de existir siempre un trabajo por y para los demás y un respeto sagrado por la creación que Dios nos encarga desde los orígenes. Pero Dios no va a detener las consecuencias del pecado y el desorden histórico temporal, ha llamado a una nueva creación en Jesucristo y esa es la voluntad de Dios.
¿Pero actúa o no actúa Dios? Sí, actúa. Pero no está supeditado a nosotros, no está supeditado a una fórmula mágica, a un número de rosarios, no podemos controlar a Dios. Detrás de todas las advertencias y prohibiciones de Dios ante la superstición y la búsqueda de “conocimiento divino” está la realidad de que no podemos controlar a Dios. No puedes asegurar su presencia, no puedes asegurar su respuesta. ¡Gracias a Dios!… sino solo estaríamos adorando y dando la vida por un ídolo.
La gente seguirá rezando, seguirá uniéndose a pedir por las necesidades, las temporales y las sobrenaturales… seguirá siendo quizá el primer paso del Cristiano para comunicarse con Dios: Dios dame trabajo, Dios dame pareja, Dios dame salud. Pero detrás de esa oración vendrán muchas desgracias, muchas enfermedades y muchas consecuencias del desorden del mundo. Pero si aprendemos a leer a Dios, si aprendemos a verlo en ese inherente desorden, si logramos ver su actuar, sus signos en esa oscuridad, podremos entonces sí estar seguros de su presencia. No como garantía a algo especifico que yo haga, no como respuesta a 10 rosarios, 5 vueltas al templo y 19 cadenas de oración, sino como acto original y definitivo de Dios. Y esto no es medible… no es cuantificable… ni siquiera los milagros “médicos” son una prueba absoluta de su presencia, hay tanto que desconocemos de cómo funciona la creación.
Los signos de Dios son ambiguos para el mundo, para la masa. Su razón es comunicar a alguien o un grupo específico de personas un acto de salvación, no mundana sino trascendente. Es realmente el cielo en la tierra, no porque el fuego deje de quemar y las balas de matar, sino porque anuncian que la injusticia, el pecado y la muerte no tienen la última palabra, que hay alguien más grande que la injusticia, el pecado y la muerte peleando, ganando y convocando, a sus tiempos y a su divina y absoluta manera.
Parte II. Encuentra la parte I AQUÍ
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