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“No hay nadie a quién Dios haya llamado y no lo haya enviado”

El dios para mí, en vez del Dios con nosotros. Miles de Católicos y creyentes viven su relación con dios como una tapadera a sus problemas. Ese Dios tiene varios nombres, “dios cuídame”, “dios dame”, “dios quiero”, “dios necesito”, “dios sálvame”, “dios gracias por mi mismo y todo lo que poseo”, “dios gracias por hacerme tan bueno”, “dios aléjame de esos pecadores”, “dios mío qué gentuza”, “dios ojalá se condenen”… Es el dios del club de exclusividad, el que garantiza todos mis derechos por ser tan “buen Católico” («¿Por qué me llamas bueno?» Mc 10,18).

Ese dios es de madera y cartón, pero, el Dios de los Ejércitos, el Dios que actúa en la historia, el “Padrino de Isaac”, el Dios de Abraham y Jacob, el Dios que salva (Jesús), ese Dios no nos eligió para darnos unos privilegios, no nos llamó para hacer de nuestra vida unas vacaciones como recompensa a seguir 10 mandamientos y dar limosna. El Dios de Isaías y Jeremías, el Dios de la zarza nos manda a proclamar, curar, salvar, llamar, predicar, advertir, vestir, dar esperanza, fe, amor, a anunciar la grandeza de un Dios trinitario que en un crescendo se va revelando hasta alcanzar el clímax en la encarnación, en su abajamiento hasta la muerte y en su gloriosa resurrección, resurrección que se abre para todos los que ama y lo amamos.

La partida está ganada, la muerte está destrozada, Satanás está herido de muerte, Dios nos llama para hacernos partícipes del anuncio de este Kerigma, de esta buena noticia (evanggelion), de esta buena nueva. En el antiguo mundo la buena nueva era una noticia de la victoria de un Imperio ante algún enemigo. El Emperador enviaba mensajeros —evangelistas— para proclamar la buena noticia… La buena nueva Cristiana es la absoluta y aplastante derrota del mal, la muerte y los planes del mundo. Jesucristo es el Rey conquistador, YHVH, el Señor de los Ejércitos que mostraba su brazo poderoso asomándolo desde el pesebre de Belén. Ha ganado y nos llama a ser partícipes de su victoria, inaugurando el Reino de Dios ya ahora en esta vida y eternamente en los cielos nuevos y tierra nueva.

No existe el Cristianismo privado, esas palabras jamás irán juntas, lo más contrario al Cristianismo es lo “privado”, lo “subjetivo”, la “salvación particular”, lo “individual” ¡No!, el Cristianismo es envío, proclamación, es viral, es social, es un “nosotros”…, es público, es alboroto, es guerra, es caminar, abrazar, salvar, curar, anunciar… es un rostro concreto y un momento histórico preciso.

Es una aberración monumental decirse “Cristiano” y no comprender que Dios se hizo hombre, que el Señor de los Ejércitos se hizo hombre, que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de las promesas y la alianza, se hizo hombre… Que Jesucristo es YHVH… ¡Esa era la fe de los apóstoles! Lo grandioso de la resurrección no es el “hecho” ocurrido, sino que a su luz los apóstoles fueron comprendiendo ¡quién era realmente Jesucristo!. ¡Por eso dieron la vida, por eso recorrieron imperios, por eso podían enfrentarse al fuego, a la fieras, a la cárcel, a la ignominia!… Jesús no es el manso güerito de bucles dorados con ojos entreabiertos… Jesús es el Señor, Kyrios, Adonai, es Dios… y ese Dios actúa en la historia, nuestro Dios salvará y logrará su proyecto contigo o sin ti (siempre podrá encontrar gente atenta a las inspiraciones del Espíritu).

Nos llama no por buenos o guapos o inteligentes… nos llama por puro amor, porque en su plan y en las dinámicas con las que creó este universo, decidió realizar su plan salvando no a todos de manera mágica, instantánea y universal (donde las relaciones humanas hubieran sido innecesarias). Decide salvarnos a lo divino, llamando a algunos y enviándoles. Escogiendo a los más débiles y los más inadecuados, a nosotros, que nos manda y nos envía. La salvación llegará de Dios pero por nuestros pasos, nuestras manos y nuestro sudor ¡Hay de mi si no proclamara todo esto de lo que soy testigo!

No existe el Cristianismo ostracista del dios para mi, ¡Vete ya! le dice YHVH a Moisés en la zarza… Dios nos envía, y es eso y no nuestra salvación particular, nuestro culto privado, lo que Dios pide a los que elige…