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La oración tiene dos partes, el movimiento del hombre hacia Dios y la respuesta de Dios hacia el hombre. Hablaré de ambas pero empezaré primero por el movimiento de Dios hacia el hombre.

Si Dios responde es porque es un signo. Esto que parece escapar tanto a los que están fuera de la fe como a los Cristianos es fundamental y se muestra en todo momento en la historia de salvación. Cuando Jesús curaba a un enfermo era signo de que el reino de Dios había llegado. Era el cumplimiento de las escrituras, no era algo aleatorio. San Juan, cuando escribe su evangelio no llama a los actos de Jesús milagros sino signos. ¿Qué es un signo? Es un acto que comunica algo trascendental y que muchas veces solo los destinatarios o cercanos entienden. Es un tipo de lenguaje divino que se comunica a nosotros.

Si Dios quisiera hubiera simplemente desaparecido todas las enfermedades y desastres naturales y hubiera recreado el mundo de otra manera. Cuando un ateo reclama a Dios por los tsunamis y las matanzas en masa, está simplemente cayendo en el sensacionalismo de estos actos. Diez mil personas tienen el mismo valor que una, si Dios va a detener terremotos y AK–14 también debe detener que el fuego queme, la roca aplaste, el agua ahogue y la bacteria sobreviva. En pocas palabras debe de hacer que las cosas dejen de ser lo que son.

Pero Dios no lo hace porque la creación en un inicio buena, está puesta en manos de nuestra propia libertad de hombres y sufrimos las consecuencias del pecado y desorden histórico. Dios no viene a detener las consecuencias temporales de ese desorden sino las trascendentes, es decir, las eternas y sobrenaturales.

A casi todos los ateos y a la mayoría de los Cristianos se les olvida que Dios no vino al mundo a hacerte la vida más cómoda, a darte carro del año, salud perfecta, piel a prueba de balas y un escudo contra las consecuencias de los actos de otros. Todos esos efectos temporales permanecen en esta vida. Pero nuestro Dios es un Dios que salva, y lo hace cambiando lo trascendente que es nuestra propia libertad y el centro de nuestras decisiones, lo que la Biblia llama nuestras entrañas o corazón. Si lo que puso a está creación patas para arriba es nuestro corazón y nuestros actos, Dios tiene que transformar nuestro corazón para cambiarnos desde adentro, desde lo más íntimo de lo que somos. Y no solo es una vuelta interna sino que la encarnación trae una transformación en la naturaleza humana, pero eso lo tocaremos en otro momento.

Dios no vino al mundo para que tú pudieras vivir 100 años libre de enfermedad y tristezas, libre de las consecuencias naturales del pecado, el desorden y los actos ajenos. ¿Acaso Juan el Bautista no oró a Dios? Murió decapitado. ¿Acaso Pablo, Pedro, Tomás no rezaron a Jesucristo? Murieron martirizados. ¿Acaso los Cristianos devorados por las bestias en Roma no rezaron los suficientes Padres Nuestros? La oración Cristiana nunca ha sido la comercialización de favores divinos.

¿Eso significa que Dios no ayuda al pobre, a la viuda y al enfermo? ¡Claro que lo hace!, pero cuando lo hace son signos de su presencia, son parte de su manera de hablarnos, no son populistas, no son actos de un político omnipotente que espera con ellos lograr el aplauso y la aprobación del populacho. Los milagros y las intervenciones de Dios tienen siempre carácter de advenimiento, de diálogo y de trascendencia. Si no apuntan a la eternidad, a nuestra relación con Él, a la salvación, son coincidencias, no actos divinos.

¿Qué esto lo hace ambiguo? ¡Por supuesto! Me parece increíble que un ateo pudiera hipotéticamente creer que Dios, el creador del universo, pudiera convertirse en un conejillo de indias listo para ser estudiado y dispuesto a seguir todos los “modelos” que una criatura finita pudiera idear. Dios no viene a demostrarte su existencia a base de poder, viene a llamar y convocar desde la debilidad. Desde una cuna en Belén u oculto en los signos de Jesucristo. Mostrado solo a aquellos que en su resurrección tenían que ser testigos desde Judea hasta los confines del mundo.

Vamos a morir, vamos a enfermar, y seremos presa de las consecuencias de la naturaleza y de los actos de los hombres. Si Dios interviene no es solo para salvarnos el pellejo, sino para decirnos algo más, para decirte algo más, en particular a ti, no a la masa, no al populacho, sino a ti en particular, que te habla de manera que sabe solo tú puedes escucharlo.


Encuentra la segunda parte ¿Para qué entonces rezamos?