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La historia secular y mundana no vio a Cristo, porque Cristo no podía ser visto por la misma. Mientras los historiadores estaban preocupados por el levantamiento y caída de los Césares y los imperios, mientras describían las luchas políticas y militares que iban dandole forma al mapa del mundo, en Judea estaba el centro del universo caminando entre nosotros.

La historia secular no vio a Cristo porque era imposible que lo viera, Roma e Israel estaban ocupados en sí mismos. Cuando los Judíos comenzaron a prestar atención les cayó la profecía de Jesucristo y el templo fue destrozado y el pueblo masacrado. Cuando los Romanos comenzaron a poner atención, los Cristianos eran ya una multitud incontable ocupando sus ciudades, plazas y campos, desde los esclavos hasta la corte del César. Entonces Roma los persiguió, torturo, y masacró mientras seguía expandiendo su poder e influencia, mientras seguían sus juegos de guerra y de poder.

Roma no vio a Cristo, y no quiso tampoco ver a los Cristianos aunque los tenía enfrente… y cuando por fin la Roma pagana puso verdadera atención ya había sido conquistada, no por las armas, ni los bárbaros, ni las artimañas políticas…

“Y vendrá la ira implacable sobre los hombres latinos. Tres traerán a Roma la ruina por su fe. Todos perecerán, con sus propias casas, cuando desde el cielo descienda una cascada de fuego. ¡Ah, desdichado de mí!, ¿Cuándo vendrá ese día? ¿Cuándo vendrá el juicio del Dios inmortal, del todopoderoso Rey?”

Esta profecía Judía del tiempo de Jesús y César Augusto, visualiza los templos, mercados e ídolos de madera, oro, plata y piedra siendo consumidos por las llamas.

“Desde el cielo caerá una cascada de fuego”… en cierto sentido, la profecía vino a su cumplimiento. La vieja Roma pagana fue conquistada por un fuego desde el cielo. El fuego sí arruinó los templos y los ídolos. Pero no fue un fuego como el que el profeta había imaginado. Era el fuego de Pentecostés. Era el fuego de la fe apostólica. Era el fuego de Cristo.

La historia no vio a Cristo, estaba ocupada engrandeciendo emperadores e imperios, desgarrando enemigos políticos e ignorando al pequeño, al débil, al huérfano, a la viuda, el derecho, la justicia, la verdad… hoy, todos esos imperios son polvo y ruinas, todos esos emperadores grandiosos y llenos de poder mundano, son hueso y cenizas, y toda esa historia escrita, es superficial e inútil para lograr algo en el hombre, para inspirarlo, para realmente cambiarlo. Pero ese hombre que la historia secular quiso olvidar, no solo murió sino que resucitó. Ese hombre no es polvo y ceniza, sino sangre y carne y vive hoy. Y no podía ser de otra manera, porque ese hombre es Dios. Esa historia sagrada, ese evangelio, esa buena noticia cambió la historia, cambio la humanidad, cambió el mapa del mundo, cambió la constitución misma del cosmos y del hombre, trastoco la relación entre lo divino y lo humano y lo sigue haciendo hoy.

La historia no quiso ver a Cristo, y por eso Cristo logró transformarla desde adentro sin que el poder del mundo pudiera hacer nada.