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LOS MARGINADOS DEL PAPA FRANCISCO

Cuándo Jesucristo caminaba por los polvorientos caminos de Judea y Galilea, atraía hacia sí a prostitutas, recaudadores de impuestos, leprosos, ciegos y enfermos… gente impura, gente que no podía acercarse al templo a adorar y buscar a Dios.

Recientemente, algunos Católicos se sienten confundidos por declaraciones del Papa Francisco (Vicario de Cristo), no solo por aquellas expresadas en entrevistas informales, sino también en sus enseñanzas a través de documentos oficiales como la Encíclica Fratelli Tutti.

No es la primera vez que pasa, ya anteriormente la famosa Exhortación Apostólica Amoris Laetitia encendió la polémica, entre otras cosas, por hablar de la convivencia irregular entre parejas divorciadas civilmente vueltas a casar.

Algo que percibo de cerca, es que no acabamos de entender que reaccionamos de manera cultural y no evangélica. Si apareciera un divorciado con su nueva familia a las puertas de la Iglesia, sería visto de arriba a abajo, y si fuera posible, se le negaría la entrada al recinto sagrado. No se expresa así, pero es lo que implícitamente se piensa. Sin embargo, nuestra Iglesia está llena de pecado, el mentiroso que paga menos impuestos y está sentado al frente de la Iglesia, la pareja de novios que tienen relaciones sexuales todo el tiempo, o aquella persona que mata a golpe de críticas y chismes la reputación de todos. Los Católicos con situaciones de pareja irregulares o los homosexuales, no son una categoría diferente de pecador a todos aquellos que van al confesionario los domingos.

Cuando el Papa Francisco decidió hacer de su pontificado, uno que acerque la Iglesia a las nuevas periferias, no está haciendo otra cosa que llevar el Evangelio allá donde más se necesita. 

Católico significa que nada de lo humano queda fuera de la acción salvífica de Cristo, es universal. La misión de la Iglesia Católica no es guarecerse en sus muros santificados y llamar a que el mundo se convierta para poder entonces tocar la puerta y entrar al club de los elegidos. La misión de la Iglesia Católica es ser el Cuerpo del Señor, sus manos que sanan, sus pies que van hacia el necesitado, su boca que anuncia, sus ojos que ven con compasión, su corazón dispuesto a dar la vida por todos. (“Este es mi cuerpo, que será entregado por los muchos”, que en hebreo significa todos).

La conversión es un camino de vida, no una pastilla que te tomas. Jesús vivió tres años con sus discípulos y la mayoría no entendían aún nada, les costó sufrimiento, sangre y lágrimas. Cristo dejó que Judas lo siguiera hasta la última decisión que tomó, no la de entregarlo, sino la de colgarse de un árbol. La mismísima vida de los Santos es una historia de Dios corriendo hacia ellos y ellos huyendo hacia el otro lado, como Jonás. Y cuando el “santo” aparentemente se dejaba encontrar, no por eso paraba de seguir corriendo para otro lado, su santidad no es un cambio de pecador a santo, sino una vida entera donde a veces se le divide el corazón y a veces lo pone todo en el Señor, es caer y levantarse, caer y levantarse. La diferencia entre el santo y el pecador es de amores y tiempos.

Sí, hay que dejarse amar por Dios, sí, hay que intentar ponerlo en el centro, sí, hay diferencia entre hacer el bien y el mal, entre aceptar o rechazar a Dios, pero lo que Cristo enseña fuertemente a los fariseos es que, esa lucha y camino interior no puede ser juzgado por nadie, ni puede ser visto solo en las actitudes exteriores, queda entre la verdad de Dios y cada persona. Nuestra misión no es apuntar sino buscar.

Como diría mi amigo Abel Della Costa: Los Católicos a veces nos creemos poseedores del criterio divino y desde allí juzgamos al resto, eso es fariseísmo en estado puro, no lo denuncia Papa Francisco, lo denuncia Jesús. La evangelización es llevar el Evangelio al mundo de modo que el mundo llegue a desear el Reino, y si no lo desea, bueno, pues no lo desea, ya lo deseará, tú sigue haciendo las cosas con sentido de reino, y lo demás lo pone el Señor: Pablo plantó, Apolo regó.

Esa es la misión que nos encomendó Jesús, y que la Iglesia sigue entendiendo y profundizando, el Espíritu Santo no es una simple idea piadosa, es quién guía a la Iglesia y sigue trabajando en y a través de ella. Dios Padre, creador de toda la realidad no está dormido, sigue conduciendo a su Iglesia. ¿Realmente hemos profundizado en ello? ¿Sabemos escuchar la voz de Cristo a través de los tiempos, o estoy enfrascado en mis criterios y mis ideas?

Cristo nos pide bautizar, anunciar y hacer a todos sus discípulos, que quiere decir, ayudarles a entrar en una amistad profunda con Él… pero jamás dió instrucciones de cómo lograr eso. El “cómo”, es algo que tenemos que seguir descubriendo y redescubriendo en el pedazo de historia donde nos toca vivir y escuchar su voz.

Lo que sí nos dejó, fueron sus palabras y actitudes hacia los marginados, su vida misma, y cuándo le pidió a la adúltera que no pecara más, podemos estar seguros que Jesús sabía que ella seguiría requiriendo su perdón y misericordia muchas veces… y que su amistad hacia ella no dependía de su pureza, o del estado actual de su vida sino de ese intentar amar, intentar seguirlo, intentar hacer su voluntad.

La salvación no es un conjunto de cosas que hacemos, sino una relación con Alguien. Lo que el Papa Francisco nos está recordando, es que ese llevar a Cristo a los demás comienza con nuestra propia relación con cada uno de ellos… con que tanto los amemos, que tanto nos interesemos realmente por ellos mismos. La conversión no será decidida por nosotros, eso es algo entre Dios y cada uno de sus hijos… nosotros solo somos el Cuerpo de Cristo llevando su salvación a través de sus gestos de misericordia…

“Dios es amor. Dios nos creó por amor y nos sacó de la nada para que pudiéramos amar. El amor es la ley suprema del cristianismo. Nadie tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos. Cuando puedas decir como Yo dije en la cruz: todo está consumado, todo lo que yo podría haber dado, lo di hasta la última gota de Mi Sangre; entonces habrás agotado el significado del verbo amar. Mirar como Cristo nos enseñó a mirar en la parábola del buen samaritano es comenzar a recorrer el itinerario de su amor: es saber observar a los otros en el fondo de sus almas; mirarlos, no únicamente como individuos aislados, números que integran cuantitativamente una masa, sino distinguirlos cualitativamente por sus características peculiares, por su destino único, irrepetible; ir a encontrarlos sumergidos en sus proyectos vitales, tal vez en su drama íntimo, para rescatarlos del anonimato, de la soledad…” (1)

“Rehacer el gesto de Jesús con la adúltera: unos tienen razón, pero también no la tienen, entonces se pone a hacer dibujitos con el dedo, como indicándole a ella: «no puedo hacer nada por ti ahora, no tengo solución a tu problema, pero estoy perplejo, y eso me pone del lado tuyo… cuando llegue a estar del todo perplejo, del todo fuera de mi mismo, abandonado por mí mismo, abandonado de Dios y humillado, te habré salvado, porque ya no estarás sola.»” (2)


(1) Rafael Llano Cifuentes
(2) Abel Della Costa