La gente se pregunta ¿dónde esta Dios en los desastres naturales? ¿los provoca? ¿por qué no actúa?
Hay que pensar esto muy bien. Nos concentramos tanto en la situación en si, que no vemos lo que realmente está pasando.
Cada minuto mueren más de 100 personas en el mundo. Mientras leías la noticia del huracán del momento o del último terremoto, ya habían muerto más de 100 personas por causas ajenas a un desastre natural.
Somos seres contingentes, físicamente mortales, sujetos a las inclemencias de las leyes naturales, el agua puede ahogarnos, una roca puede aplastarnos, el fuego puede quemarnos, los leones pueden devorarnos. Esto pasa todos los días y como humano lo experimentas en carne propia.
Preguntarse ¿dónde está Dios? Nos muestra realmente que es lo que estamos reclamando: sentido. Un sentido a todo lo que pasa, una respuesta a nuestros deseos que no podemos satisfacer, la “tragedia” nos arranca un grito en contra de nuestra mortalidad.
Por eso son una tragedia, no por sus muertes y daños materiales, cosas que pasan todos los días de manera aislada en el mundo, sino que la tragedia, (situación o suceso de consecuencias irremediables y funestas o desgraciadas que producen gran dolor y sufrimiento) lo que nos provoca dolor y sufrimiento es enfrentarnos ante lo que realmente somos.
Los desastres naturales ponen al desnudo nuestra debilidad… todo el tiempo mueren personas pero no lo vemos, no nos enteramos, pero cuando nos vemos insignificantes, impotentes ante la potencia de la creación, cuando la muerte viene visible y en grupos, nos damos cuenta de nuestra debilidad, nada de lo que hemos creado, ninguna de las seguridades que hemos “comprado” sirven, los desastres naturales nos recuerdan nuestra debilidad, insignificancia y mortalidad, y es instintivo, casi natural, gritar a Dios, el que cree y el que no cree, ambos para reclamar, con esperanza, o enojo, o desesperación, su presencia, su palabra, su voz… la tragedia nos enfrenta a lo que somos.
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