Una vez escuché a un predicador decirle a su congregación que los católicos tienen una fascinación peculiar por lo terrible de la crucifixión y que esta enferma fijación por lo “sangriento” estaba detrás de la muerte y la oscuridad que ahora se celebra en Halloween.
“¡Ellos aman a sus crucifijos con sangre, mientras más sangrientos mejor!”, exclamó, refiriéndose especialmente a los crucifijos realistas encontrados en algunas iglesias católicas, procesiones religiosas y hogares italianos y españoles.
Este predicador sostenía que su forma de cristianismo tenía un énfasis superior en la luz, la alegría y el Cristo resucitado. Por lo tanto, la cruz en su iglesia está vacía, lo que implica la victoria de Cristo sobre la muerte, y siempre se muestra a Jesús sonriendo y dando la bienvenida a los niños, levantándose de entre los muertos o ascendiendo al Padre.
Los críticos seculares de la cruz se han quejado de manera similar contra la representación gráfica del sufrimiento de Cristo en la pasión de Cristo de Mel Gibson e incluso han acusado a Santa Teresa de Calcuta de tener una adicción perversa al sufrimiento, que atribuyen a la preocupación de la fe católica por la cruz.
Así es, a los ojos del mundo, los católicos realmente han hecho la locura de abrazar la cruz (1 Corintios 1:18, 23). Y sin embargo, a aquellos cuyos corazones están abiertos, la cruz otorga el mayor de los consuelos.
Un amigo mío, que ciertamente ha sufrido mucho en la vida, una vez me dijo: “No entiendo toda tu teología y tradiciones católicas, pero la primera vez que vi un crucifijo en una iglesia católica, fue entonces cuando me di cuenta de cuánto Dios me ama. Disfruto de la música de alabanza, los colores brillantes y las actividades divertidas en mi iglesia [evangélica protestante], pero cuando me duele, es el sufrimiento de Jesús por mí en la cruz lo que me muestra cuánto me ama Dios. Me puedo identificar con eso.”
Todo en el universo, incluso nuestra propia existencia, nos revela el amor de Dios. El don de nuestras vidas, el amor de nuestras familias y la alegría de la amistad nos muestran el amor de Dios. La belleza de la naturaleza, el arte y la música también reflejan la belleza y el amor de nuestro Creador. Como explicó Benedicto XVI, toda la creación refleja la Palabra eterna de Dios que la creó y forma parte de “una sinfonía de la palabra … una sola palabra expresada de múltiples maneras: ‘un himno polifónico’ … [Sin embargo] en esta sinfonía se encuentra en cierto punto, lo que se llamaría en términos musicales un ‘solo’, un tema confiado a un solo instrumento o voz que es tan importante que el significado de toda la obra depende de ello. Este “solo” es Jesús”(Verbum Domini, 7-13).
Dentro de la “interpretación de este solo” de la vida de Cristo, lo que nos revela más plenamente el amor de Dios, es su Pasión en la cruz, que recordamos cada vez que contemplamos un crucifijo. Hemos visto ya tantas veces en las esquinas de las calles y en los eventos públicos la referencia a “Juan 3:16”, que fácilmente podemos adormecernos a lo que significa. En contraste, de manera directa y visceral, el crucifijo representa la realidad del amor de Dios por nosotros en Jesucristo.
En momentos de gran sufrimiento físico, emocional o psicológico, puede ser difícil pensar con claridad, razonar con nosotros mismos, comprender la verdad que otros pueden estar tratando de decirnos o recordar la bondad de Dios y sus muchas bendiciones. Cuando nosotros u otros, sabemos que es difícil aceptar el amor de Dios en medio de las pruebas, miremos la cruz, que nos comunica la realidad visceral del amor de Dios.
Artículo original en inglés por: Dominicans of the Province of St. Joseph, [link]
Traducido por el editor de Católico.blog
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