Tiempo de lectura: 6 min. ⏳

1) ¿Cómo definirías a Dios o dioses, y por qué estás tan convencido de que existe uno o más?

La cuestión de la definición de Dios es un auténtico problema, y no se nos plantea sólo a nosotros, ya un pensador tan perspicaz y profundo como Heráclito (s. V aC) decía que «Lo Uno desea y no desea ser llamado con el nombre que le corresponde a Zeus [es decir, el nombre ‘dios’]». Cuando hablamos de Dios podemos detenernos en nuestras imágenes interiores, desde el grotesco señor con barba, hasta la proyección en Dios de un capomafia que todo lo puede, y que te aplasta si le disgustas, sin necesidad de ningún motivo.

No podemos pensar sin imágenes, pero no deberíamos confundir nuestras imágenes con aquello que pensamos. Por muchos modelos atómicos que se hayan propuesto, casi instintivamente pensamos los átomos con una imagen en 2D: como un núcleo y unas órbitas parecidas a las que imaginamos para los planetas. La existencia de modelos atómicos críticos hace que trascendamos esa imagen espontánea de un núcleo con sus órbitas planetarias; sin embargo, como imagen espontánea, permanece.

Con Dios (y con cualquier cosa pensada) pasa lo mismo: tenemos ciertas imágenes espontáneas, en parte culturales, en parte personales, pero eso no significa que el pensamiento deba regirse por esas imágenes, que son sólo puentes para llegar a formularlo.

Sin duda son bastante inadecuadas las definiciones de Dios que lo vinculan con el verbo «ser»: el ser sumo, el ser perfecto, el Ser en sí mismo. Nuestra experiencia del verbo «ser» ha ido variando con el tiempo, y en la actualidad este verbo ha quedado reducido a cópula de juicios de existencia: esto es o no es, ha perdido su densidad decidora y poética con la que los griegos lo introdujeron en el lenguaje cotidiano.

A mí me gusta particularmente la «definición» de un teólogo del siglo XX, Paul Tillich, que insiste en que «Dios es la dimensión de profundidad de la realidad». No es que esta sea la mejor definición, y sin duda que es una definición riesgosa, y que le trajo problemas al propio Tillich, ya que puede derivar en un «panteísmo»: entonces todo es Dios, y Dios es la suma de todo. Pero con todos sus riesgos, es la definición que más me gusta, porque mete de lleno en la cuestión de la multidimensionalidad de la realidad: a Dios no lo vas a encontrar en la capa de los fenómenos, es necesario bucear en las cosas, bucear en el lenguaje, para encontrar una palabra que lo nombre más o menos adecuadamente.

En mi propia experiencia de Dios, es aquel con quien dialogo en la total verdad de mi vida, el único del que puedo decir eso. Ni siquiera conmigo mismo hablo sin pretender engañarme; por algún lado siempre uno se está creando trampas, mintiéndose sobre lo que en realidad es, tiene, aspira. Pero en el diálogo con Dios no ocurre eso.

No se trata de estar convencido de que existe. Cuando estoy dialogando con alguien no me planteo si existe o no, en este momento estoy dialogando con alguien a través de estas preguntas, y no es necesario que me plantee si ese alguien existe, no es una pregunta pertinente. Con Dios dialogo todo el tiempo, de las 24 horas del día, no hay un minuto en el que no esté completamente cierto de su presencia en mi vida, así que no necesito estar convencido de su existencia.

2) Si todo necesita un creador, ¿entonces quién o qué creó a Dios o a los dioses?

Es verdad que entender «creador» como «fabricador de cosas» es harto habitual, pero la palabra «creador» es mucho más compleja y rica; se asemeja más a creador de arte, o creador de leyes. Decimos que el Senado creó una ley para proteger a los niños, por ejemplo, y con ello no queremos decir que el Senado, como personalidad colectiva, la redactó: el redactor, e incluso quien tuvo la idea, es, posiblemente una determinada persona, que la ideó por primera vez, luego las distintas comisiones de estudio la fueron mejorando, y luego, recién al final, recibió todas las firmas que ese texto requería para obrar con fuerza de ley. Pero sigue siendo cierto que el Senado (o la autoridad que sea) «creó» esa ley. Allí se ve un aspecto muy importante de «crear», crear es promover una realidad a la plenitud de su ser.

Crear no habla de cómo ocurren las cosas, sino de lo que significan. En el gran poema de la creación, el verbo «crear» significa en general que lo que existe es promovido a la plenitud de su ser: es lo que significa, la luz ilumina realmente, las realidades valen como realidad. El mundo no es una fantasía ni un sueño, ni algo carente de sentido, están garantizados por la verdad misma de Dios.

En ese sentido la expresión «quién creó a Dios» carece de sentido, porque Dios no es una realidad de la misma clase que las realidades creadas. Si alguien preguntara «¿cuántos kilos de amor tienes a tu padre?» le diríamos que la pregunta no tiene respuesta, no porque no sea verdad el amor al padre, sino porque la pregunta es absurda para el objeto que pretende abarcar. Lo mismo pasa con la pregunta de quién creó a Dios. Suponiendo que una realidad hubiera creado a Dios, esa realidad sería Dios, y así ad infinitum.

3) ¿Cómo puede, de algo que no puede ser descrito, ser dicho que existe?

Un teólogo místico del siglo XIII, Meister Eckehardt, tiene al respecto una frase paradójica pero que da que pensar: «Si dices que Dios existe, no existe, pero si dices que no existe, existe». En otro polo del pensamiento filosófico, un pensador tan racional y padre del racionalismo moderno, Kant, explica que en la cuestión de Dios se está en el límite de las posibilidades de la razón humana, y que no hay ni una manera de decidirse a favor o en contra de su existencia por medios racionales.

Yo creo que lo que simplemente ocurre es que la palabra «existencia» pertenece al dominio de las cosas creadas, es perfectamente aplicable a los fenómenos (este ordenador existe), es menos aplicable a realidades inmateriales (el amor existe, la justicia existe), y es del todo inaplicable a la dimensión de Dios, que está por fuera del ámbito de lo parcial y limitado; en ese sentido las expresiones «Dios existe» y «Dios no existe» son equivalentes, e incluso complementarias, ya que seguramente el Dios en el que yo creo está tan mezclado con mis imágenes personales, que como tal no existe.

Sin embargo Dios se da al hombre, en diálogo y en disposición a apoyarlo en su debilidad. Y no hablaré en tercera persona: Dios se me da en mi vida, él me apoya en mi vida vacilante, me da fuerza, ánimo para seguir, orientación cuando equivoqué el camino, luz para ver posibilidades que los demás me niegan, en fin, es muy difícil concretarlo en una única caracterización, y no hay duda de que la palabra «existencia» es del todo inadecuada y pequeña.

4) Ya que existen incontables religiones hoy en el mundo afirmando ser la única religión verdadera, ¿por qué piensas que la tuya es más verdadera que la de los otros?

La religión y la fe no son lo mismo. La fe es el modo de relación que tenemos con Dios; la religión es el lenguaje codificado con el que expresamos esa fe visible y colectivamente.

Yo entiendo que la fe cristiana es la verdadera, porque lleva a término la manifestación de Dios como persona, como realidad de diálogo. Dios lleva a plenitud lo más misterioso del ser humano: su capacidad de diálogo.

Ahora bien, el hecho de que yo crea que la fe cristiana es la más verdadera, no invalida la verdad de las demás creencias, en todas hay semillas de ese Dios vivo y verdadero revelado en la persona de Jesús. Y cuando digo en todas, quiero decir exactamente eso: en todas, hasta en los más primitivos animismos hay una manifestación de lo divino de Dios. Y es una manifestación que él hace, no que el hombre se inventa. Dios se revela al hombre desde siempre, desde que hay hombre.

La religión, como codificación personal y social de la fe, se supone que acompaña con sus ritos a la manifestación colectiva de esa fe, sin embargo, como código que es, tiene por fuerza que universalizar, y está sujeta a cambios que tienen que ver con las épocas. En ese sentido, las formas religiosas cristianas, aunque profundas y verdaderas, son parciales, y deben ampliarse a partir de la experiencia religiosa de toda la humanidad.

Eso lo ha hecho casi siempre el cristianismo, que ha tomado de la cultura religiosa que ya existía en todos los lugares en donde se ha implantado.

5) ¿Puede más de una de esas religiones estar correcta?

Todas tienen una dimensión de verdad, porque todas provienen de la autorevelación del mismo Dios, que ha querido, según creo -y eso me identifica como cristiano-, sin embargo, concretar su automanifestación completa en Jesús, y en lo más débil de Jesús: su muerte en la cruz.

6) Si tú sientes en tu corazón que tu religión es la correcta, ¿cómo le respondes a otras que afirman la misma cosa?

No creo que haya que responder a eso, ni pelearse por ese motivo. Los creyentes de todos los credos «sienten» la verdad de su fe como una verdad plena, y ese sentimiento, como sentimiento, es auténtico y debe respetarse a ultranza. Lo único que cada creyente debe hacer es vivir de cara a su fe en Dios con la mayor sinceridad posible, y si esa misma sinceridad lo lleva a «saltar a otra fe» porque la propia no le alcanza para dar cuenta del encuentro con Dios, puede hacerlo. Y respecto a los demás, cada creyente debe dar testimonio de su encuentro personal con Dios, y nada más.

En definitiva, es Dios mismo quien, libremente, profundiza con nosotros su encuentro. El centro del diálogo con Dios, la fe, es Dios, no nosotros.
Lo mejor que podemos hacer dos creyentes que nos encontramos, y tenemos distinta fe, es rezar juntos en lo que podamos compatibilizar.


Leer Parte 2