Dios saca con mano poderosa e infinita misericordia a su pueblo de Egipto. Portentos y actos soberanos que son escuchados más allá de Egipto y causan temor y asombro.
Pero no habían pasado nada de tiempo en el desierto y comienzan a “murmurar” contra Dios a través de Moisés y Aarón, murmuran y se quejan por agua, se quejan por comida, se quejan de todo…
«¿Qué beberemos?»…
«¡Cómo quisiéramos que el Señor nos hubiera quitado la vida en Egipto! —les decían los israelitas—. Allá nos sentábamos en torno a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. ¡Ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad!»
El pueblo, Israel, se queja y duda de Aquel que los sacó de la esclavitud con todo su poder, olvidan muy pronto, olvidamos muy pronto.
A diferencia del pueblo de Israel, Jetro el suegro de Moisés, cuando escuchó todo lo que el Señor había hecho, se alegró, alabó y ofreció sacrificios:
«Allí Moisés le contó a su suegro todo lo que el Señor les había hecho al faraón y a los egipcios en favor de Israel, todas las dificultades con que se habían encontrado en el camino, y cómo el Señor los había salvado. Jetro se alegró de saber que el Señor había tratado bien a Israel y lo había rescatado del poder de los egipcios, y exclamó: “¡Alabado sea el Señor, que los salvó a ustedes del poder de los egipcios! ¡Alabado sea el que salvó a los israelitas del poder opresor del faraón! Ahora sé que el Señor es más grande que todos los dioses, por lo que hizo a quienes trataron a Israel con arrogancia”. Dicho esto, Jetro le presentó a Dios un holocausto y otros sacrificios.»
La diferencia entre creer y no creer está no en un asentimiento intelectual, en proclamarlo de labios hacia afuera… Dios nos reclama:
«…porque los israelitas habían altercado con él y provocado al Señor al decir: “¿Está o no está el Señor entre nosotros?”»
Nos reclama porque olvidamos, nos reclama porque nos quejamos pero no tenemos el valor de enfrentarlo directamente a Él, como Job. Mandamos indirectas, murmuramos, nos enfadamos, lo ignoramos, lo domesticamos en rutinas piadosas, pero no ponemos de una vez por todas las cosas claras entre Él y nosotros, si lo hicieramos sabríamos que Él siempre nos salva, nos está salvando todo el tiempo. Solo que como no lo amamos, no podemos verlo, nos llenamos de ceguera temporal. Solo el que ama puede realmente creer, porque solo el que ama puede ver la verdad.
Nuestro Papa Francisco nos dice:
“¿Cómo rezamos, nosotros? ¿Rezamos así, por costumbre, piadosamente pero tranquilos, o nos implicamos nosotros con valor, ante el Señor, para pedir la gracia, para pedir aquello por lo que rezamos?»
«El valor en la oración: una oración que no sea valiente no es una verdadera oración. El valor de tener confianza en que el Señor nos escuche, el valor de llamar a la puerta… el Señor lo dice: ‘Porque el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama se le abre’. Pero hace falta pedir, buscar y llamar”.
“Nosotros, ¿nos implicamos en la oración?” –pregunta de nuevo el Papa– “¿Sabemos llamar al corazón de Dios?”.
“Cuando rezamos con valentía, el Señor nos da la gracia, pero también se da Él mismo en la gracia: el Espíritu Santo, es decir, ¡Él mismo!».
«Lo que nosotros pedimos es un poco como [se ríe] … es el papel que envuelve la gracia. Pero la verdadera gracia es Él, que viene a traérmela. Es Él».
En los Evangelios –observa el Papa– “algunos reciben la gracia y se van”: de los diez leprosos curados por Jesús, sólo uno vuelve a darle las gracias».
«También el ciego de Jericó encuentra al Señor en la curación y alaba a Dios. Pero es necesario rezar con el ‘valor de la fe’ –insiste– que nos empuja a pedir también lo que la oración no se atreve a esperar: es decir, a Dios mismo».
“Nosotros pedimos una gracia, pero no nos atrevemos a decir: ‘Pero ven Tú a traérmela’».
Y eso me hace retornar al Éxodo… los Israelitas se quejan, quieren regresa a la esclavitud mientras caminan a la “tierra prometida” y en esa encrucijada solo “temen a Dios” y lo tratan como a cualquier otra divinidad o ídolo (solo se quieren servir de Él), nunca entran en su “Presencia”, nunca ven la verdad de los signos que realiza, nunca se dan cuenta de que la “tierra prometida” nunca fue realmente un lugar sobre la tierra, sino que era Dios caminando con ellos… la tierra prometida ya la habían alcanzado, estaba en la mano del Señor, en su amor y presencia:
«A esos egipcios que hoy ven, ¡jamás volverán a verlos! Ustedes quédense quietos, que el Señor presentará batalla por ustedes.»
Seguimos esperando la “tierra prometida” pidiendo y pidiendo circunstancias mejores, felicidad, cosas… y se nos olvida que la “tierra prometida” no son realmente unos requisitos para ser felices, sino que es Dios caminando con nosotros, en la enfermedad o la salud, en la fama o la incomprensión, en el dolor o la alegría, en el terror o el gozo, en la ignorancia o la sabiduría, en la vida o la muerte… la tierra prometida, el cielo, el paraíso, la resurrección, la felicidad, la verdad siempre han sido Dios con nosotros… y nosotros con Él, donde quiera que estemos.
«Si Tu presencia no va con nosotros, no nos hagas salir de aquí» – Ex 33
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