En 1923 el poeta americano Wallace Stevens publico el texto completo de un poema que había escrito acerca de la gran ambivalencia con respecto al Cristianismo en la cultura moderna.
El poema se titula “Sunday Morning” y expresa los pensamientos internos de una mujer moderna, sentada plácidamente —confort de clase media— una mañana de domingo, no en la Iglesia pero contenta de tomar una taza de te a solas con su periódico y sus reflexiones privadas. Su fe Cristiana se ha ido, muerta, remplazada por una espiritualidad de auto-referencia y experiencias personales.
Esta nueva fe solo demanda tener dudas acerca de cualquier posibilidad trascendente que pudiera hacerla mover más allá de su confortable seguridad lograda por su éxito económico. No existe ninguna revelación divina más allá de lo que su mente o emociones puede crear. Ella esta conforme con que la gracia sea simplemente una bendición que ella se ofrece a si misma, un permiso para disfrutar de las cosas más finas en la vida, y una apreciación de la cultura y el arte.
En la ausencia de una fe Cristiana viva, ella busca en su mente y emociones, un sentido, y se imagina a ella misma satisfecha en el consuelo de sus memorias y en su “ser parte” de los grandes ciclos de la naturaleza. En vez de las escrituras, existe solamente un libro de fotografías y recortes de noticias. La belleza e inteligibilidad del mundo direcciona su atención solamente hacia si misma, y no hacia un Dios creador. En otras palabras, no existe nada más allá de este mundo para ella. Todo lo que ella tiene, todo lo que ella es, existe solamente en “el momento”, en el “mundo” y en este espacio que ella habita, ella vivirá y ella morirá.
El poema culmina con un sorprendente rechazo a creer en nada más allá de las categorías limitadas a su experiencia, en particular la misteriosa revelación de la resurrección de Cristo.
_“Ella escucha en el agua sin un sonido, una voz que llora, la tumba en Palestina no es el pórtico de los espíritus que vagan- es la tumba donde Jesús yace”_
En otras palabras, ella considera la persona de Cristo Jesús, meramente un píe de página histórico. No existe ningún milagro, ni ninguna resurrección. Todo lo que queda de el, es una memoria en una tierra lejana. La Iglesia del Sagrado Sepulcro, no es el lugar de la resurrección de Cristo, es solamente una tumba; una curiosidad para los viajeros, no el lugar donde el cielo se encuentra con la tierra, donde Dios en nuestra carne se revela a si mismo en el mundo, y por nosotros vence a la muerte.
Wallace Stevens entendió que la tendencia de la cultura moderna es a reducir la fe a historia, luego a leyenda, luego a mito, luego a nada. ¿Si el fuego de la fe Cristiana se extingue,—se pregunta el poeta— que luz y calor nos quedará? ¿Memorias y experiencias? Esas sobreviven por un instante y luego se van. ¿Los ciclos de la naturaleza? Por muy bellos o impresionantes que sean estos, les importa poco nuestra existencia. ¿La gratificación personal que viene del dinero y el éxito? Una cultura que solo ofrece lo material como lo supremo de las posibilidades humanas, terminará consumiéndose a sí misma.
Memorias, experiencias personales, las maravillas del mundo natural, prosperidad y éxito, todo esto probablemente nos reconforte en las circunstancias inmediatas de nuestra vida, ¿pero acaso el misterio de nuestra existencia no pide, ruega, algo más profundo y más importante que nosotros que el cumplimiento de nuestras necesidades inmediatas?
A la luz de la pascua, los Cristianos nos unimos para mirar más allá del velo sombrío que la cultura moderna se impone a si misma. Nos reunimos para escuchar el extraordinario testimonio de que no hay una tumba de Jesús, porque resucito de los muertos, lo que una vez fue una tumba, se convirtió en el lugar de la resurrección.
Es nuestra fe, que Dios, el único, verdadero Dios, se reveló a sí mismo en Jesucristo, y lo hizo en de tal manera que desconcierta y confunde. Dios, el único, verdadero Dios, acepto la naturaleza humana, entro en la historia, viviendo, como nosotros, una verdadera y real vida humana. Dios en Jesucristo experimento personalmente, casi todo lo que significa ser humano, aceptando la alegría y sometiéndose el mismo a nuestras aflicciones. Dios, en Cristo, sufrió el dolor de la traición, sintiéndose incluso abandonado por todos los que amaba. Dios en Cristo muere, no cualquier muerte, sino una muerte en la cruz, humillado, despojado, golpeado, clavado, sangrando, luchando para poder respirar… ¡Así murió!… Pero ese no fue el final.
La gran revelación de Dios en Cristo, es que la naturaleza humana con la cuál se reveló a sí mismo, no es todo lo que el es. Cristo es Dios y su vida divina probó ser más poderosa que la muerte, probó que su amor es más fuerte que la tumba. Es nuestra fe, la fe en una revelación que profesamos ser un hecho de la historia, un evento que sucedió en el mundo, en carne y sangre real, en huesos y músculos del Señor Jesús, que Dios en Cristo retorno a nosotros de la muerte. No solo como un fantasma, o un espíritu, o un sentimiento, o como una idea, o una memoria, o un símbolo, EL retorno a nosotros. Y haciéndolo así, Dios en Cristo nos mostró no solamente algo acerca de su poder, sino que hay algo más grande que nuestros cuerpos, nuestros sentimientos, nuestras ideas, nuestras memorias y nuestros símbolos. Este mundo NO es todo lo que hay para nosotros. Los planes de Dios en Cristo incluye este mundo y son más grandes que este mundo. En otras palabras, hay una tumba vacía en Palestina, pero no es ya la tumba de Jesús, es el pórtico donde los espíritus vagan, el lugar privilegiado donde Dios en Cristo nos reveló que ni la muerte, ni este mundo son todo lo que existe.
Fr. Steve Grunow
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