Introducción al Cristianismo
¿Que es tener fe?.
El mundo esta tan sumergido en sus conceptos que perdemos de vista ya la realidad de lo que pensamos y creemos. Saber que es la fe no es algo que olviden solo los Cristianos, sino que los mismos ateos y agnósticos parecen responder y atacar una religión y dios imaginario, el Cristianismo de los conceptos y no al Cristianismo del Dios vivo.
YO CREO – AMÉN
Existe una diferencia fundamental entre fe y religión. El movimiento del hombre para intentar tocar y comprender lo divino es lo que llamamos religión. El Antiguo Testamento por ejemplo, no se define a si mismo como fe, sino como ley. La religión romana era una serie de ritos y costumbres, y así podemos recorrer las distintas religiones y veremos, ritos, reglas, leyes, preceptos que intentan establecer una relación entre el hombre y otras realidades (lo divino).
¿Cómo podemos entender la fe? El credo apostólico inicia con las palabras «Yo creo», que no significa aceptar una serie de presupuestos, leyes o doctrinas, sino una respuesta. El “yo creo” es una respuesta que viene después del anuncio, es un movimiento que responde a otro movimiento previo a mi, yo no lo inicio, yo no soy la fuente del mismo… no es algo que yo salga y diga de la nada. Si la religión es el movimiento del hombre hacia afuera, la fe es la reacción del hombre cuando ha sido llamado desde afuera. Por eso la fe no se puede “demostrar” porque solo quién responde la acoge, quien se “convierte” y da vuelta a su existencia y responde, (metanoia) la acoge.
«Si no creéis, no permanecereís —si no creéis, no comprenderéis—» (Is 7,9)
Una única raíz, ´mn (amén), tiene un cúmulo de significados que se entremezclan y diferencian, y que dan a esta frase la sutil grandiosidad que posee. La raíz ´mn expresa la idea de verdad, solidez, firmeza, suelo, pero también indica confiar, confiarse, abandonarse a algo, creer. La fe es como un sujetarse a Dios, en quien el hombre tiene un firme apoyo para toda su vida. La fe se describe, pues, como un agarrarse firmemente, como un permanecer en pie confiadamente sobre el suelo de la palabra de Dios.
La fe se sitúa en un plano completamente distinto del hacer y de la factibilidad; es esencialmente confiarse a lo que no se ha hecho a sí mismo, a lo no factible, a lo que sostiene y posibilita nuestro hacer.1
¿Donde estamos ahorita?
El movimiento intelectual y espiritual del hombre se ha movido de lo mágico, a la metafísica, a la ciencia y recientemente al cientificismo. Un movimiento que no indica progreso, porque este es una de las grandes ilusiones en las que se pierde el hombre, la idea de que lo que viene es mejor, de que el “progreso” es sinónimo de verdad, prosperidad y que siempre se mueve hacia adelante, una y otra vez las grandes promesas ideológicas han probado lo contrario.
Hoy estamos ante la obsesión de la certeza absoluta.
El hombre antiguo en las universidades enseñaba filosofía, escudriñaba el “ser”, buscaba el sentido como conocimiento, relegando la técnica a los artesanos, el saber factible como simple conocer superficial.
En el siglo XVII Giambattista Vico propuso una idea de realidad distinta… al Verum est ens, “El ser es la verdad” antepone Verum quia factum, “La verdad es lo que hemos hecho”.
La verdad ya no es logos, ya no somos la creación de un Ser que nos pensó, ahora somos, o más bien, conocemos la verdad solo de lo que hemos hecho. Es ahora la historia la que nos da acceso al conocimiento.
Vico siguiendo formalmente a Aristóteles dice que el saber real es conocer las causas de las cosas. Conozco una cosa si conozco su causa; si conozco el fundamento, conozco lo que en él se funda. Sin embargo, de estas ideas saca una conclusión nueva: si el conocer real implica el conocimiento de las causas, sólo podemos conocer verdaderamente lo que nosotros hemos hecho, ya que sólo nosotros nos conocemos a nosotros mismos. La tarea y posibilidad del espíritu humano no es la de reflexionar sobre el ser, sino sobre el hecho, sobre el mundo exclusivo de los hombres que es lo que nosotros podemos comprender verdaderamente. El hombre no ha creado el cosmos, por eso no puede comprenderlo en su profundidad más íntima. El conocer pleno y demostrable sólo es posible para él dentro de las ficciones matemáticas y en lo concerniente a la historia que es el campo de la actividad humana y por lo tanto de lo comprensible. En medio del océano de la duda que amenaza a la humanidad después de la caída de la vieja metafísica, al comienzo de la época moderna, se redescubre tierra firme en la que el hombre puede intentar construirse una existencia nueva. Comienza el dominio del hecho, es decir, la radical conversión del hombre hacia su propia obra como a lo único que puede conocer. A esto va unida la transmutación de todos los valores. La historia, que antes se despreció y se consideró a-científica se convierte, junto con la matemática, en la única ciencia verdadera. El hombre ya no es capaz de contemplarse a sí mismo; cuando surge un antropocentrismo radical, el hombre puede considerarse como algo que se ha originado casualmente, como puro “hecho”.. El cielo, del que parecía proceder, se le viene abajo; la tierra de los hechos sigue a su alcance, pero tiene que excavarla para descifrar la fatigosa historia de su hacerse.2
El Pensar Técnico
El historicismo tenia sus problemas, se requería una vuelta de tuerca más para pasar de la metafísica a la técnica, del ser, hacia la historia, para llegar al futuro. Karl Max encontró esa vuelta de tuerca: En el pasado los filósofos interpretaron el mundo, ahora tienen que ir a cambiarlo. Suena increíblemente atractiva esta mirada de la realidad… ¿Lo es?
La historia pasa a segundo plano, ya que no podemos estar seguros tampoco de ella, los testigos, las pruebas, los documentos antiguos, todo eso no lo puedo repetir, ni lo puedo corroborar con absoluta certeza. ¿Qué queda? El futuro, lo que puedo hacer, lo que puedo crear. La historia se relega y ahora queda la pura técnica.
Del matrimonio del pensar matemático con el pensar factible nace la posición espiritual del hombre moderno, condicionada por las ciencias naturales. Se llega así al primado de lo factible sobre el hecho, porque ¿qué es lo que puede hacer el hombre con lo sucedido?; no puede encontrar ahí su sentido, no puede convertirse en guardián del museo de su propio pasado, si quiere dominar su actualidad. La techne se convierte en la auténtica posibilidad y en el auténtico deber del hombre. Lo que antes estaba subordinado, ahora prevalece. Con esto la perspectiva cambia una vez más: en la metafísica el hombre estaba orientado a lo eterno; después de un corto período en el que reinó el historicismo, a lo pasado, ahora la factibilidad, le orienta al futuro que él mismo pueda crear. Antes, los resultados de la doctrina de los orígenes le llevaron a afirmar, resignadamente que partiendo de su pasado no era sino tierra, puro azar de la evolución; pero todo esto ya no le molesta porque ahora, proceda de donde proceda, puede enfrentarse decididamente a su futuro para convertirse a sí mismo en lo que quiera; ya no le parece imposible hacerse igual a Dios, el factible del final, no el logos, la inteligencia del principio.3
Suena atractiva la filosofía de ser lo que haremos, de crear nuestro futuro, pero ¿Cómo puede existir futuro sin la base del ser? ¿Cómo podemos construir sin cimientos, sin la fortaleza de saber de antemano quiénes somos? Si podemos recrearnos a nosotros mismos significa que podemos ser cualquier cosa… sí cualquier cosa, desde Hitler hasta Pyongyang y me está permitido.
¿Por qué el capitalismo, el marxismo, el socialismo, el comunismo han fallado en proporcionar al hombre un poco de felicidad, un poco de dignidad? El hombre se ha querido hacer a sí mismo y ha fallado irremediablemente, como un joven con crisis de identidad, no sabe quién es y nada de lo qué quiere ser y hace lo impulsa realmente a la alegría y felicidad.
La fe ante la realidad del hombre hoy
La fe no se encuentra dentro el hecho y la factibilidad ya que está fuera de ellas, la fe no es un fenómeno de laboratorio… como el historicismo, el marxismo, el materialismo, es una forma de ponerse frente a la realidad. Una decisión que en su “quizá sea cierto” no significa que ponga en duda que el saber factible sea falso, sino que sea absoluto.
La razón de la fe
«Creo» — «Amén» Estas dos palabras, el inicio y el final del credo ponen de manifiesto el movimiento espiritual del hombre… CREER Y PERMANECER… PERMANECER Y COMPRENDER
«Amén» expresa a su manera lo que significa creer: permanecer firme y confiadamente en el fundamento que nos sostiene, no porque yo lo haya hecho y lo haya examinado, sino justamente porque no lo he hecho ni puedo examinarlo. Expresa la entrega de sí mismo a lo que nosotros no podemos ni tenemos que hacer, la entrega de sí mismo al fundamento del mundo como sentido que me ofrece antes que nada la libertad de hacer.
Esto no significa que lo que aquí sucede sea ponerse a ojos cerrados en manos de lo irracional. Al contrario, es acercarse al «logos», a la ratio, al sentido y por tanto a la verdad misma, ya que el fundamento en el que se apoya el hombre no puede ni debe ser, a fin de cuentas, más que la verdad… la forma con que el hombre entra en contacto con la verdad del ser no es la forma del saber, sino la del comprender: comprender el sentido al que uno se ha entregado.4
La razón de la fe es pues, comprender que el fundamento de nuestro ser, nuestra razón de ser, del mundo, de la creación, no los voy a encontrar en lo que hemos hecho, ni en lo que podemos hacer, ni en lo que podemos “saber” como saber material o naturalista, ni si conociéramos como funciona todo el cosmos llegaríamos a tocar la verdad.
Creer cristianamente significa confiarse a la inteligencia que me lleva a mí y al mundo, considerarla como el fundamento firme sobre el que puedo permanecer sin miedo alguno. En lenguaje más tradicional podemos afirmar que creer cristianamente significa comprender nuestra existencia como respuesta a la palabra, al logos que lleva y sostiene todo.5
«Creo en ti»
Llegamos pues al punto culmen de la fe cristiana. No es un solo un «yo creo» sino «yo creo en ti»
La fe como respuesta no es responder a un cumulo de enunciados espirituales, es responder a la palabra que se me dirige a mi de boca de Jesús. Es el encuentro con el hombre Jesús y en ese encuentro experimento el sentido del mundo como persona, como amor, como entrega, como inteligencia (Logos). El fundamento del cosmos entero no es el azar, el fundamento del cosmos entero es el amor y la inteligencia que me funda y me sostiene, el sentido del universo es una persona a la que puedo llamar y amar, que me llama por mi nombre y me ama, sin que este amor pueda verse amenazado por nada.
En el sentido de todo lo que existe me encuentro un tú que me sostiene. El sentido del mundo es un tú y ese tú me ha encontrado.
El tú y yo como relación donde puedo amar o destruir
El problema de que el fundamento del mundo sea un tú, es que para podernos encontrar con él solo podemos hacer en la libertad de un yo, libertad que engendra en si mismo la posibilidad del pecado, el mal y la muerte.
La libertad es el precio del amor, y es tan infinitamente preciosa que ni todo el mal de todos los tiempos puede jamás hacer más bueno un mundo sin mal pero sin libertad, porque el mal esta limitado, sin embargo la gracia de poder amar y entrar en relación, no solo con las personas, sino con Dios, eterno y sumo bien, es algo infinitamente bueno, y el precio a pagar aunque doloroso, vale la pena para quién ha amado y sido amado incluso finitamente en esta vida… cuanto más cuando conozcamos el amor de Dios sin el velo del pecado y la muerte o más aún, cuando precisamente conocemos el amor de Dios en medio del pecado y la muerte.
La respuesta de la fe
¿Por qué en la actualidad distinguimos entre misión (evangelización) y proselitismo, y rechazamos esto segundo?
Pues precisamente porque somos conscientes de que Dios se revela verdaderamente en cada vida que lo busca de todo corazón, y esa revelación ocurre usando las herramientas al alcance de esa persona que busca a Dios: su tradición cultural, su religión, su entorno. En ese sentido, no necesitamos llevarle a Dios a quien ya lo tiene (y todos lo tienen en deseo, si quieren tenerlo y se ponen en camino).
Pero las religiones que parten del hombre (de su deseo, de su búsqueda, de su necesidad), no pueden aportar la íntima convicción de haber recibido directamente de Dios, ¡y de manera gratuita! la confirmación de su verdad. Esto es lo esencial de la fe cristiana: no enseñar un camino para buscar y tal vez encontrar a Dios, sino el anuncio de que el hombre, cualquiera sea el camino en el que esté, ha sido buscado y encontrado por Dios.
K. Barth dice muy hermosamente «No se trata de imponer y difundir su convicción, la convicción personal del cristiano, sino de testimoniar la fidelidad de Dios con la que él se encuentra en Cristo y con la que, al conocerla, ha contraído la deuda de responder con la fidelidad.»
Si el musulmán, el budista, el animista, el umbanda, el ateo, al que le testimoniamos que hemos sido encontrados, descubre que él también, en su búsqueda de Dios resultó encontrado, ya no será musulmán, budista, animista, umbanda, o ateo, sino cristiano.
Ese descubrimiento es la confesión de que Jesús es Cristo, muerto y resucitado por nosotros, que eleva todo lo débil y aplasta todo lo fuerte.6
¿Eres tú?
El hombre no puede tocar a Dios con sus fuerzas, es Dios, fundamento de toda la realidad quién debía bajar y mostrarse.
Dios se ha hecho muy concreto en Cristo, pero con eso su misterio se ha hecho también más grande. Dios es siempre infinitamente más grande que nuestros conceptos y que nuestras imágenes y nombres. Dicho esto, sin embargo hay que subrayar también, junto con la oscuridad, la claridad de Dios. Desde el prólogo de Juan, el concepto Logos ocupa el punto clave de nuestra fe cristiana en Dios. Logos significa razón, inteligencia, pero también palabra —un sentido que es palabra, que es relación, que es creativo—. El Dios que es Logos nos garantiza la racionalidad del mundo, la racionalidad de nuestro ser. El mundo viene de la razón, y está razón es persona, es amor.
Si Dios no está en Cristo, entonces se sitúa en una lejanía incalculable, y si Dios ya no es un Dios para nosotros, entonces es un Dios ausente y por tanto ningún Dios: un Dios que no puede actuar no es Dios.7
Si Dios no se mostró en Cristo, si Jesucristo no es Dios, Dios no existe ni puede existir.
¿Eres tu el que debía venir o debemos esperar otro? ¿Quién dice la gente que soy? ¿Y ustedes quién dicen que soy?
El Evangelio de Marcos inicia con la frase: Comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios
Curiosamente, le falta la una palabra de la formula antigua «ichthýs», que era usada por los creyentes como anagrama de lo esencial de la Fe:
I-esoús Ch-ristós Th-eoú Y-iós S-oter = Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador
La palabra que le falta es «el Salvador». No es que se la olvidó, de ninguna manera… la falta de esa palabra es uno de los motores de su evangelio.
¿Qué pasó pues con el título «el Salvador»? Ese no está, ese le compete a cada uno aplicarlo. Jesús no es «el Salvador» en abstracto, Jesús es MI Salvador, y cada persona tiene que hacer ese trabajo de descubrir en la Cruz que ése que es el Cristo de los judíos y el Hijo de Dios de los paganos, es para todos los creyentes, judíos o paganos, el Salvador.
Allí adquieren sentido el anuncio de la tumba vacía y las apariciones del Resucitado, que sólo pueden ser vistas por aquellos que superan el miedo inicial y dejan de lado la incredulidad y el escepticismo… y se sientan con él a la Mesa (Mc 16,14) para recibir de su propia boca el mandato de anunciar el Mensaje a todos los hombres.8
¿Y cuál es ese anuncio?
Que sin importar quien seas, que hayas hecho, quién creas que eres, en el fundamento de tu vida está la inteligencia (el Logos) que te ha creado y amado. Que ha roto la eternidad para entrar y encontrarse contigo.
El anuncio de que en el sentido de todo lo que existe te vas a encontrar con un tú que te sostiene. El sentido del mundo es un tú y ese tú te ha encontrado en el camino que andas, porque en el fondo lo estabas buscando.
Dios es amor. Dios nos creo por amor y nos saco de la nada para que pudiéramos amar. El amor es la ley suprema del cristianismo.
Nadie tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos. Cuando puedas decir como Yo dije en la cruz: todo esta consumado, todo lo que yo podría haber dado, lo día hasta la ultima gota de Mi Sangre; entonces habrás agotado el significado del verbo amar.9
Amar es mirar como Cristo nos enseño a mirar en la parábola del buen samaritano es comenzar a recorrer el itinerario de su amor: es saber observar a los otros en el fondo de sus almas; mirarlos, no únicamente como individuos aislados, números que integran cuantitativamente una masa, sino distinguirlos cualitativamente por sus características peculiares, por su destino único, irrepetible; ir a encontrarlos sumergidos en sus proyectos vitales, tal vez en su drama intimo, para rescatarlos del anonimato, de la soledad…
Rehacer el gesto de Jesús con la adúltera: unos tienen razón, pero también no la tienen, entonces se pone a hacer dibujitos con el dedo, como indicándole a ella: «no puedo hacer nada por ti ahora, no tengo solución a tu problema, pero estoy perplejo, y eso me pone del lado tuyo… cuando llegue a estar del todo perplejo, del todo fuera de mi mismo, abandonado por mí mismo, abandonado de Dios y humillado, te habré salvado, porque ya no estarás sola.»10
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1 Introducción al Cristianismo, Joseph Ratzinger
2 Introducción al Cristianismo, Joseph Ratzinger
3 Introducción al Cristianismo, Joseph Ratzinger
4 Introducción al Cristianismo, Joseph Ratzinger
5 Introducción al Cristianismo, Joseph Ratzinger
6 Abel Della Costa, ElTestigoFiel.org
7 Introducción al Cristianismo, Joseph Ratzinger
8 Abel Della Costa, ElTestigoFiel.org
9 Rafael Llano Cifuentes
10 Abel Della Costa, ElTestigoFiel.org
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