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#DontPrayAct

Debido al terremoto de México se puso en moda la idea de que se debía dejar de rezar para actuar y ayudar a los que sufrían la desgracia.

¿Pero es válida esta petición? Para un hombre sin fe, podría sonar razonable, incluso hay muchos Católicos que podrían preguntarse si no es mejor hacerlo todo por nosotros mismos y no depender de un acto tan poco predecible como la oración. Es la tentación del control. La tentación que precisamente los desastres naturales debieran destruir ya que nos muestran que realmente no podemos asegurarnos nada en la vida.

¿Actúa realmente Dios? En el fondo de todo hombre debe latir esta pregunta, es natural, es necesaria… el error está cuando comenzamos a inclinarnos hacia una respuesta negativa, queriendo construir a base de sudor una casa sin cimientos, con la esperanza ciega de que “todo estará bien, todo lo puedo conquistar” Ahí solo está la muerte sonriendo ante tal estúpido positivismo.

¿Qué nos recuerdan realmente los desastres naturales? Nuestra fragilidad, sin importar cuanto avancemos en conocimiento y en querernos asegurar a este mundo, no podemos. No solo nos enseña el poco control que tenemos sobre la vida sino que esto que llamamos vida nos queda muy corta, en cada suspiro y grito de dolor mientras retirábamos las piedras intentando encontrar a la esposa o al hijo, surge un llamado, un desafío que pide sentido, que pide justicia, que clama que de una vez por todas el Creador se muestre.

La oración de la persona humilde y la del que ama a Dios no es pasividad, es reconocer el principio y el cimiento que sustenta toda la realidad, Él.

Quién ora no solo esta haciendo algo, sino que la oración nos lleva también a actuar, no solo por “solidaridad” o porque los demás lo hacen, sino por amor.

Quién ora sabe que muchos no saldrán con vida, sabe que las heridas no solo son de concreto y metal sino de pérdida y desesperanza. Quién ora sabe realmente por lo que esta luchando, la oración nos pone de frente a la realidad de quiénes somos.

Y no solo se ora al Creador como principio de todo lo creado, sino al Verbo como palabra encarnada, como hombre sangrante, como Dios prensado en una cruz, terror y espectáculo de una muerte que solo le teme a una cosa, a Cristo crucificado.

Quien ora a Jesús sabe que nunca podrá vencer por sí mismo, sino que debe tomarse de la victoria que cuelga de sus brazos clavados, de Jesús hablando al Padre, como nosotros hablamos a Jesús.

Quien ora sabe que en su petición actúa un misterio mas grande que no puede controlar, no puede predecir, pero en el cual espera, expectante, mientras retira una a una las rocas que amenazan la vida física de los que ama y se preocupa… mientras reconoce que ni su vida, ni la de los que ama, le pertenecen. Y por eso se dona enteramente, en sudor y oración.