Todo lo que somos, absolutamente todo es participación del ser de Dios, somos porque Él nos permite ser. No solo eso sino que todas nuestras perfecciones —que nosotros llamamos talentos— son perfecciones que provienen de Dios y de las cuales participamos gratuitamente.
La mente arrogante tiende a pensar que los talentos son sus talentos y que incluso en un nivel mínimo al menos su esfuerzo es único y le pertenece a él como mérito. ¿Pero quién te da tu fuerza? ¿Quién te otorga la voluntad que te permite perseverar? Y en un nivel superior ¿quién te da la vida y te otorga tu ser?
Todo proviene de Dios… estamos tan ciegos ante ello, nuestro pecado original está tan encarnado en nuestros corazones que perdemos de vista la tremenda verdad de que no nos pertenecemos… no como esclavitud sino como don, fuimos engendrados en el amor y por el amor, por eso participamos gratuitamente del ser, porque Dios se entrega para que nosotros seamos. Por lo tanto y precisamente por esto es que no me pertenezco sino que soy de Él y con Él de los demás. Es la dinámica trinitaria de la existencia, una que rompimos cuando creímos que nuestro ser subsiste en sí mismo, que es lo que decimos directa o indirectamente cuando olvidamos quién es Dios y quiénes somos nosotros, cuando nos convertimos en el centro de nuestra existencia. No somos los únicos que caímos en el engaño, criaturas más inteligentes tropezaron en el mismo absurdo y la misma ceguera.
Pero ese error puede destruir nuestra existencia, y si lo comprendemos gritaremos: “Dios mío sálvame” que traducido quiere decir: “Dios mío sálvame de mi mismo, oriéntame hacia ti, que se haga en mí según tu palabra”
—CJBS
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