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“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos. Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado” (1Jn 1,1-2)

yosoyNuestra Fe, aquello que creemos no es resultado de una filosofía o del trabajo de la teología. Es testimonio, el testimonio de unos hombres que quedaron profundamente afectados por las palabras y actos de Aquel que preguntó ¿y ustedes quién dicen que soy yo?.

La Fe de unos hombres y mujeres que percibían algo diferente en Aquel hombre, al que “hasta el viento y el mar obedecen” aquel que “se atreve a perdonar los pecados” aquel que “habla con autoridad”. Un hombre que no comprendieron hasta que resucitó y entonces entendieron Quién era y que era eso que habían percibido, sentido, escuchado, vivido, tocado… era Dios mismo caminando entre ellos.

Amo la teología, pero amo más el Mysterium. No solo porque es lo que me llama sino porque es nuestro limite.

Olvidamos muchas veces que Dios es el eternamente otro, el inefable, “si lo entiendes… no es Dios”. Hemos intentado conocer cada vez más a Dios pero también hemos pecado de presunción, como si realmente pudiéramos abarcar lo que es y más aún, poderlo expresar con palabras humanas. Todo lo que vemos, todo lo que sentimos y vivimos con respecto a la revelación de Dios es a “modum recipientis”… a lo humano. Lo que vemos no es al verdadero Dios en su totalidad del ser como realmente es, sino como lo podemos captar y como lo podemos expresar. El “ícono” de Dios, la imagen visible de Dios, que es Él mismo encarnado, que es Jesucristo, que es su hablarnos en nuestro lenguaje, cara a cara, de manera encarnada… ese misterio es lo más que podemos conocer de Él…

Cuando nos perdemos en la teología y en razonamientos perdemos de vista esa realidad. Queremos “disecar” a Dios, pero aún más, queremos que la Fe parta de la teología cuando la teología parte y se fundamenta en la Fe. De la teología no nace la Fe, de argumentos y razonamientos no nace la Fe, no porque la Fe no sea razonable ni se pueda argumentar, sino porque nuestra capacidad de entender el misterio, de entender a Dios es finita.

Si hablamos de la justicia de Dios, queremos entenderla de modo lineal y humano, de modo legalista y luego se nos complica comprender la justicia de la mano de la misericordia. Si queremos entender la cruz nos cuesta entender la asimetría de la historia de la salvación que se dio en un tiempo concreto, en un pueblo concreto, donde se fue evangelizando de manera gradual en el mundo, un mundo que conoció muchos siglos de pecado sin conocer a Cristo. Si pensamos el sufrimiento y el dolor, nos parecen incompatibles con la bondad y omnipotencia de Dios, e intentamos “racionalizar” lo que no podemos abarcar. Más aún, comenzamos a decir “mejor hubiera actuado así Dios y no de otra manera”, “si Dios fuera X, entonces debió haber actuado de forma Y”. Convertimos a Dios en un accesible sujeto de pruebas lógicas, creamos nuestro ídolo de lodo, madera y oro.

Dios no responde, Cristo no hace teología ante preguntas concretas, se encarna, cura, sana; anunciando, proclamando, muere, resucita y nos envía… ante todo nos ama y nos muestra Quién es Él. No hay más. Nuestras preguntas están sin responder y quizá muchas escapen por una eternidad nuestra comprensión porque están más allá de nuestra naturaleza, aun la glorificada.

Al final, la teología cristiana intenta comprender y preguntar acerca de los misterios de la revelación. Su punto de partida es la revelación y es adonde se circunscribe ¿por qué Dios muere? ¿por qué se encarna? ¿por qué sufre? ¿por qué pecamos? ¿por qué sufrimos? y siglos y siglos de teología no han producido o podido salvar más de lo que ya nos dice la escritura, que es poco porque estamos ante el misterio mismo encarnado, pero ese poco es el que salva, la teología alaba, busca, es una alabanza intelectual-espiritual hacia el misterio, pero alaba más porque comprende su propia finitud ante la grandeza, más que porque descubra algo concreto y certero, la Palabra es la que salva, la Palabra encarnada.

Santo Tomás de Aquino, que intento racionalizar los momentos más importantes de la revelación, un día dejó su pluma y no escribió más. Ese día, durante la Misa, experimentó un éxtasis de mucha mayor duración que la acostumbrada; sobre lo que le fue revelado sólo podemos conjeturar por su respuesta al Padre Reinaldo, que le animaba a continuar sus escritos: “No puedo hacer más. Se me han revelado tales secretos que todo lo que he escrito hasta ahora parece que no vale para nada”

No quiero decir en ningún momento que no debamos de hacer, amar y estudiar teología, no existe quizá trabajo más ilustre y provechoso para la mente que pensar en Dios. Pero hay que recordar humildemente cada cierto tiempo, que estamos ante el infinito, ante el misterio, ante el verdaderamente Otro y que lo que podemos conocer lo conocemos a través de mediaciones, de lo que otros nos predican, de lo que percibimos con los sentidos, de lo que interiorizamos y tomamos con la mente, de nuestra relación con Dios que siempre es al modo humano. Todo ese proceso de apropiación de Dios nunca es inmediato —siempre habrá excepciones santas—, de la misma manera que nunca podemos decir del otro, ni siquiera del mejor amigo de toda la vida “ya lo conozco” “ya lo tengo descifrado” “ya poseo su verdad”… el ser del otro es infinitamente sagrado y misterioso, por eso el amor es un milagro, porque no hay ninguna razón verdadera por la que otro deba amarnos, siempre es un misterio. Si así es con nosotros los hombres ¿como será la distancia de comprensión entre el creado y el Creador, entre el que recibe el ser y quien es el “Ipsum Esse… El Ser Mismo?. El Rostro de Jesucristo es lo que podemos conocer de Dios y aun su rostro tiene el misterio infinito de ser persona, de ser otro y de ser otro que posee en si mismo el abismo profundo de la divinidad.

—CJBS