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«(…)Los que tienen mujer, vivan como si no la tuvieran. Los que lloran, como si no lloraran. Los que están alegres, como si no lo estuvieran. Los que compran, como si no poseyeran. Los que disfrutan del mundo, como si no lo disfrutaran. Porque la representación de este mundo pasa.» (1Co 7,29–31)

No importa quién seas, poderoso y sabio según el mundo. No importa que creas, no importa cuánto creas tener, no importa tu dinero, no importa tu influencia, no importa tu poder, no importa tu arrogancia, no importa nada… Porque la representación de este mundo pasa.

No importa quién seas, tú que amas a Dios, que llamas a Jesucristo Señor. No importan tus lagrimas, no importa que no se te haga justicia, no importa cuánto has sido lastimado, no importa cuantas veces te han despreciado, traicionado… Porque la representación de este mundo pasa.

Tú poderoso y sabio según el mundo:
«La sabiduría de Dios no es la sabiduría del mundo, ni de los poderosos de este mundo, abocados a la ruina; sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida por todos los jefes de este mundo.» (1Co 2,6–8)

Tú que amas a Dios, que llamas a Jesucristo Señor:
«Más bien, como dice la Escritura lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que lo aman.» (1Co 2,9)

«Porque la representación de este mundo pasa»
El mundo y los poderosos, creen que todo esto es una locura, que amar a los enemigos es una locura, que nacer de nuevo es una locura, que dar todo por lo demás es una locura, que entregar la propia vida es una locura…
«Pues la predicación de la cruz es una locura para los que se pierden; más para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios» (1Co 1,18)

Los poderosos se preguntan ante la debilidad del débil ¿dónde está tu Dios?:… y respondemos: destruyendo desde la cruz, todo lo que sostiene tu poder.
«Nosotros predicamos a un Cristo crucificado… un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura divina es más sabia que los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que los hombres.» (1Co 1,23–25)

Todo lo que ha creado el hombre se derrumba, todo lo que ha ideado el hombre da un gozo muy corto, pequeño, casi fútil para las ansias infinitas que tiene. Tanto cree el hombre haber “avanzado”, en sus sociedades y civilizaciones y no ha logrado salvarse a sí mismo:
«(Dios a Job) Adórnate, pues, de gloria y majestad, revístete de magnificencia y esplendor. Distribuye a torrentes tu ira y humilla al soberbio… Mira al orgulloso, abátele, y aplasta a los malvados en su sitio, ocúltalos a una en el polvo… y entonces también te alabaré, porque tu propio brazo te dio la salvación» (Jb 40,10–14)

Todo lo que ha creado el hombre es un débil reflejo de la gloria que Dios le ha donado, pero en la ceguera y arrogancia ha olvidado al verdadero autor y fuente de toda la grandeza humana y se ha hecho necio para Dios.
«Destruiré la sabiduría de los sabios, frustrare la sagacidad de los sagaces. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde está el sofista? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?» (1 Co 1,20)

El mundo y su poder quisieron aplastar la voz de un Dios que los llamaba, los llamaba a cada uno por su nombre, los convocaba para ser parte del verdadero poder y la verdadera gloria, la gloria de servir, amar, entregarse, sacrificarse, ser hijos de Dios, pero el mundo y su poder y tú, prefirieron; preferiste, “… la representación de este mundo que pasa…”

Pero a los que se hicieron locos según el mundo:
«¡Nadie se engañe! Si alguno entre ustedes se cree sabio según este mundo, vuélvase loco, para llegar a ser sabio; pues la sabiduría de este mundo es locura a los ojos de Dios» (1Co 3,18–19)

… los que decidieron no solo darse cuenta de la futilidad e idiotez de los poderes del mundo, de sus placeres, de sus apariencias, sino que creyeron también a aquel que les pidió convertirse, aquel que vino a hablarnos cara a cara… Cristo (que ya conocían en su silencio, en sus anhelos, en sus deseos más profundos):

«Acepta nuestra alma arrepentida y nuestro espíritu humillado… que éste sea hoy nuestro sacrificio ante ti y volvamos a serte fieles, porque los que en ti confían no quedarán avergonzados. Ahora que te seguimos de todo corazón, que te respetamos y buscamos tu rostro, no nos avergüences. Trátanos conforme a tu bondad y a tu gran misericordia. Sálvanos(…) Señor. Que sean humillados todos los que nos maltratan. Que se vean confundidos, privados de toda su fuerza y su dominio, y que sea destruido su poder. Y que sepan que tú eres el Señor y el Dios único, glorioso en toda la tierra.» (Dn 3,39–45)

Los poderosos se preguntan ante la debilidad del débil ¿dónde está tu Dios? y respondemos: destruyendo desde la cruz, todo lo que sostiene tu poder.

«El último enemigo en ser destruido será la Muerte» (1Co 15,26)

«Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los hombres más dignos de compasión! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron» 1Co 15,19–20)

En la resurrección el espíritu dominará el cuerpo por eso será incorruptible, glorioso, fuerte e inmortal, lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción será revestido de incorruptibilidad. Permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad, todas las criaturas que Dios creó pensando en el hombre.*

Dios gana todas las batallas

A veces la cruz, incluso la resurrección parecen algo tan lejano y tan insignificante, tan poco “divinos”. Y luego me doy cuenta que estoy pensando el poder como lo entiende el hombre, a base de fuerza, dominación y control. Quiero ver un dios-dictador que se muestre de una vez por todas y me permita amarlo con certeza, pero Dios no me responde así. No, el muy descarado me hace ver mi completa vileza y me pone frente a una respuesta que jamás pudiera yo imaginar.

Un Dios que se cuela tras líneas enemigas de la manera más débil posible, de la manera más anónima y pequeña. Un Dios que llama, congrega, invita, no nos necesita pero nos quiere hacer parte de Él y su alianza, su plan oculto a los ojos de los poderosos.

Porque las guerras del mundo son a base de voluntades, de dominación ¿de qué le serviría a Dios ponerse a pelear en ese campo? Nos podría destruir en un segundo ¿quién podría imponer su voluntad y dominio sobre el Creador del cosmos? Pero su guerra no es para dominarnos, ni obligarnos, sino para enseñarnos cómo podemos ser verdaderamente hombres, cómo podemos entrar en alianza con Él, como puede ser él nuestro Padre, siendo nosotros hijos (en el Hijo que nos enseña como y nos abrió el camino hacia el Padre)

Pero no lo hace como un maestro de moral, sino que lo hace con agallas, a lo divino, el mismo baja, se encarna y nos acompaña. Porque sabe que no todos querrán escucharlo, que no todos querrán seguirlo, sabe que en el misterio de la libertad el hombre deseará matar, violar, denigrar, destruir… y el no peleará la batalla en ese campo, bajo los términos de la muerte, el poder y la dominación… entonces se somete a sí mismo en manos de esa violencia, y se deja golpear, humillar, denigrar, todo para acompañarme hasta los confines más profundos del misterio del mal… hasta la muerte misma.

¡Y nos gana! Nos gana resurrección, el mal que exigía justicia ante el pecado queda sobre-pagado con su muerte. ¡Nos gana también para Él!, porque nos conquista, nos hace querer seguirlo, nos arranca un ¡Sí! Libre… El muy descarado logra todo lo que se había propuesto, por nosotros.

Quizá por eso los poderes del mundo odien tanto a los Cristianos, queriendo borrarlos de la faz de la tierra, porque son un recordatorio de que todo su poder es insignificante, fútil, patético…

«¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?»(1Co 15,55) Porque la representación de este mundo pasa… solo Cristo, solo Dios, solo su amor por nosotros permanece.


*Comentario Biblia de Navarra
Citas extraídas de la Biblia de Jerusalén