David Jou Mirabent es físico, poeta y católico, uno de los grandes divulgadores de la ciencia en España y un apasionado del debate ciencia y fe. Es catedrático de Física de la Materia Condensada en la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de libros como Reescribiendo el Génesis (2008); Cerebro y universo: dos cosmologías (2011), Introducción al mundo cuántico (2012) y, en poesía en catalán, Poemes sobre ciencia y fe (2013).
Convencido de que la ciencia sin espiritualidad «no tiene sentido», su pensamiento contesta a las preguntas con una profundidad y un alarde de conocimientos de tantas materias, desde la física cuántica y la biología a la religión, que uno no puede más que escucharle como lo haría un alumno (y poco aventajado). Sin embargo, este experto en termodinámica de procesos irreversibles reconoce que comenzó a interesarse por el cerebro humano en parte «como un ejercicio de modestia». «Los físicos tenemos la impresión de que lo sabemos casi todo del Universo y no nos damos cuenta de que dentro de nosotros hay otro ‘universo’ mucho más complejo».
-¿En qué se parecen el cerebro y el Universo?
Hay 100.000 millones de galaxias y 100.000 millones de neuronas. El Big Bang provocó la gran expansión del cosmos, y en el cerebro ocurre un momento parecido durante la gestación en el que se producen 250.000 neuronas por minuto. También hay otro aspecto que tiene que ver con la materia oscura.
-Explíquese.
La materia solo supone el 5% de la composición del Universo. El resto es materia y energía oscuras, de las que sabemos muy poco. En el caso del cerebro, las neuronas son solo el 15% del contenido del cerebro, el resto son células gliales, que intervienen en aspectos importantes de la computación.
-¿Es el cerebro la cúspide del desarrollo del Universo?
Para poder tener un órgano de la complejidad del cerebro se necesita un Universo de como mínimo 11.000 millones de años luz de radio, que es algo espectacular. Esto es así porque la vida que conocemos está formada por átomos de carbono, nitrógeno y oxígeno, que no existían cuando el Universo tenía tres minutos.
-¿Todas estas similitudes tienen algún sentido o son una cuestión de azar?
De azar no lo creo. Son maneras de organizar la materia bajo diversas restricciones. No diré que sea una cosa intencionada, pero la capacidad que tiene nuestro cerebro para comprender el Universo es de verdad sorprendente.
-Si el fruto final del cerebro es el pensamiento, ¿podemos hablar de algo parecido a nivel cósmico?
No lo sé. Se puede interpretar el Universo como un gran ordenador del que podría emerger un gran pensamiento que interaccionara con el que ha surgido en su interior. Religiosamente, no habría problema en imaginar un pensamiento que podría ser el Logos del Evangelio de San Juan.
-¿Qué papel juega Dios en todo esto?
Es concebible pensar en una racionalidad de la cual vengan no tan solo las leyes físico-químicas, sino que también dé sentido y finalidad al Universo. Hablamos de valores y del bien y el mal.
-Algunos colegas suyos, incluido Hawking, a quien usted conoce bien, rechazan de forma tajante la existencia de Dios.
Admiro mucho su obra científica, pero, de cierta manera, ellos también tienen un creador porque divinizan las leyes físicas. Por otra parte, sus conocimientos de religión son muy escasos, la presentan como una cosa sin elucubración intelectual cuando llevamos más de 2.000 años de teología. Para ellos, que haya existido o no un concilio vaticano no tiene ninguna importancia. Sus consideraciones sobre la religión son excesivamente frívolas.
-Combinar religión y ciencia parece resistirse a veces.
El problema es que la ciencia va cambiando. No pretendo establecer una armonía entre ciencia y religión, sino abrirme a las sorpresas de las posibilidades. Por otro lado, mire, la ciencia y la tecnología nos marcan un tiempo muy acelerado. Yo creo que si estuviéramos cien años sin investigación científica el mundo podría mejorar mucho solo administrando con justicia lo que se ha hecho hasta ahora. Conviene también tener una visión crítica sobre la ciencia. Sin espiritualidad, sin amor en sus términos más generales, no tiene sentido.
-¿Hasta qué punto lo que nos rodea es una creación de nuestra mente?
Hay demasiadas coincidencias para pensar que no exista una realidad exterior, pero el problema es hasta qué punto la podemos conocer o si al conocerla de manera limitada la estamos creando a través de nuestra interpretación. Así, vivimos en una creación nuestra que no es propiamente la realidad. La filosofía, la cultura, el arte y la religión juegan un papel importante en esas interpretaciones.
-¿Podríamos nosotros crear un nuevo Universo algún día?
Tendríamos que producir una gran concentración de energía en un determinado punto de densidad que pondría en marcha los mecanismos de aceleración del espacio. Pero mejor no hacerlo, porque en pocos minutos desaparecería nuestra galaxia y finalmente el Universo en el que vivimos. Tendríamos que multiplicar por 10.000 millones la energía que ahora tenemos en el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear), lo que parece algo mucho más allá de nuestro alcance.
-Viéndolo de forma poética, quizás Dios fue un físico que trabajaba en otro CERN en otro Universo.
Efectivamente. Pero si nosotros construyéramos un universo así, no sabemos de qué tipo nos saldría, con o sin vida. Ese físico sería uno mucho más competente que nosotros.
-¿Qué es lo más satisfactorio de enseñar sobre ciencia y fe en un curso como Science & Faith BCN?
El tema es realmente rico y atractivo, y a mí me parece muy interesante la diversidad de público que se apunta al curso. Cada alumno del curso tiene sus tutores, y comentan sus preguntas.
–¿Cuáles son las preguntas más comunes?
Lo que más pregunta la gente es hasta qué punto la ciencia hace incompatible la religión con el mundo de hoy, o si de verdad la razón se opone a fe, o en qué medida la razón y la emoción participan en la fe, la relación entre Dios y razón…
–¿Y preguntas menos frecuentes?
Algunos plantean si la física cuántica puede dar respuestas a las preguntas religiosas, o si hay vida inteligente en otros mundos y si eso afecta a lo que sabemos sobre Dios, o la religión.
–¿Cuál es el prejuicio, o quizá error, más común, en los alumnos novatos en Ciencia y Fe?
Algunos desean que la ciencia les dé una confirmación directa de sus ideas religiosas. Pueden decepcionarse porque no hay demostraciones explícitas directas de Dios mediante el método científico. El método científico no sirve para eso.
–Hoy parece que el cristianismo es mordisqueado por dos lados opuestos: por un lado, el cientifismo materialista; por otro, la new age, la superstición, el pensamiento mágico… ¿Cuál dañará más en el siglo XXI?
Yo creo que el pensamiento mágico es más peligroso. En realidad, el cientifismo como ideología afecta a muy poca gente, porque la verdad es que hay poca gente que sepa de ciencia. De hecho, muchos que creen ser cientifistas, en realidad casi ejercen el pensamiento mágico porque dan saltos, digamos, en sus creencias, que van más allá de la metodología científica. Hablan de ciencia que no conocen.
–Hoy, en el pensamiento mágico, en la new age, siempre hablan de energía…
Sí, en «energía» meten de todo. Pero me parece curioso que no usen así la palabra «información», que filosóficamente es muy rica. ¿Por qué tanto «energía» y tan poco «información»? Quizá porque «información» implica organización, mientras que «energía» es más vaga, más proteica… Incluso en ciencia real el concepto energía es complicado, con dos leyes muy diferentes, la de conservación y la de degradación de la cantidad de energía, que es un concepto sutil que a muchos se les escapa, aunque muchos lo usan superficialmente.
–San Pablo y otras partes de la Biblia dicen que «el universo habla de la Gloria de Dios»… ¿ese orden en el universo nos ha de hacer pensar en un Creador?
En la Biblia, los autores del Libro de la Sabiduría ya se asombraban porque veían sabios paganos que entendían bastante la complejidad del mundo pero no eran capaces de ver a Dios más allá del mundo, como Creador. Científicos como Einstein, Newton, etc… podían percibir a Dios como símbolo del orden en el cosmos. Pero luego el darwinismo afirmó que el orden no necesita un Creador, que pueden darse cosas ordenadas en acumulaciones por azar de pequeños cambios. Pero yo digo que esa es sólo una forma, entre otras, de actuar de la razón del mundo.
–Los deístas siempre señalan que el universo está «sospechosamente bien afinado», que es tan improbable y asombroso que apunta a un Creador…
Es que es cierto, que el universo está sospechosamente bien afinado no hay duda. Matemáticamente, solo para hacer ‘por azar’ una copia de cada proteína de 60 aminoácidos necesitaríamos diez elevado a la 500 universos como el que tenemos. Es tan claro que para rechazar la posibilidad de un Creador muchos recurren a hablar de que efectivamente hay 190 elevado a la 500 universos… no observables.
–Pero todos esos universos… ¿qué prueba o indicio hay de ellos?
Ninguna. Son solo un modelo teórico, una hipótesis.
–Pero ponerse a hablar de trillones de universos hipotéticos, ¿no es multiplicar los entes sin necesidad, como criticaban los filósofos medievales?
Es que si quieres negar a un Creador con un universo tan bien afinado como el nuestro tienes que recurrir a eso, a multiplicar suposiciones. A mí, la idea de que hay un Dios que crea ese orden, que con ese orden natural lleva a la vida, la inteligencia y el amor, me parece más próximo.
–La pregunta filosófica clásica era «¿por qué existe algo, cuando podría haber simplemente la nada?»… ¿Se mantiene la pregunta hoy?
Se mantiene, nunca caducará esa pregunta. Pero con la ciencia de hoy se le añade otra cercana. Con la ciencia actual, sabemos que podrían haberse dado muchos otros universos perfectamente posibles y probables, pero que nunca habrían tenido vida ni inteligencia. ¿Cómo es que precisamente se ha dado el tipo de universo que sí ha llevado a la vida y la inteligencia? No era una necesidad inevitable, al contrario, era muy improbable. ¿Cómo es que las leyes físicas, precisamente, son las que permiten un universo como el nuestro? Hoy sabemos que esto es asombroso que se haya dado.
–La ciencia moderna, ¿hace el agnosticismo más justificable o más injustificable?
Desde lo puramente científico no se puede decidir la cuestión de Dios: podría haber Dios, o podría ser que no. Pero la cuestión de Dios no es absurda, ni irracional, es un tema racional. Se parece a esas matemáticas de Gödel, con preguntas matemáticas que no se pueden responder partiendo de sus axiomas. Creo que en la pregunta sobre Dios se combina la libertad de poder decir «sí» sin insultar a la razón. Así, la Razón Divina podría acoger a quien le acoge… y a quien le rechaza. Por otra parte, no solo la razón habla de Dios, también está la Revelación. Es solo un invento, dirá un escéptico pero ¿de verdad es así? De todas formas, yo distingo entre el agnóstico que se desinteresa del tema de Dios y el que, por el contrario, se lo sigue planteando, porque ve que es una pregunta humana, profunda, que mucha gente la vive.
–Usted es catedrático de física de la materia… ¿los materialistas saben de qué hablan cuando hablan de materia hoy? ¿No es distinto a hace dos siglos?
Una sorpresa para los físicos hoy, con los datos que tenemos ahora, es que exista la materia. Hace cien años un materialista pensaba que la materia era algo sólido, innegable, evidente, lo daba «por supuesto». Hoy, en cambio, sabemos que la materia no es «evidente»: es asombroso que exista. Lo lógico sería que hubiera tanta materia como antimateria, que entonces se habrían aniquilado entre ellas y en el universo solo habría luz, radiación. Sin embargo, como señalan los físicos del CERN, asombrados, hubo una ruptura de simetría entre materia y antimateria, que requiere al menos 3 generaciones de quarks… es sorprendente que eso se diera en un universo como el nuestro.
–Entonces, lo de decir «somos materia y ya está»…
Es que no puedes decir ese «y ya está». No solo es asombroso que haya materia. Es asombroso también cómo se organiza la materia. Cuanto más aprende la ciencia, más se asombra con las formas de organización sutil que encontramos. El agua, por ejemplo, con su poder de organizar, de dar estructura a las proteínas, las membranas… le quitas al agua sus propiedades eléctricas y se viene abajo toda la estructura de la vida. Es una organización asombrosa e improbable. No puedes decir somos «materia y basta».
–¿Es sabio repetir lo de «no hay nada nuevo bajo el sol, todo es vanidad de vanidades» y despreciar los nuevos hallazgos científicos y sus sorpresas?
Es cierto que hay cosas profundamente humanas que han variado relativamente poco en la historia. Pero ver las nuevas lecturas que da cada generación nos enriquece y ayuda a dialogar con la realidad. Hay gente fascinada sólo por lo que cambia y progresa. A mí me fascina lo que cambia, los nuevos hallazgos, pero también me fascina la permanencia de las grandes preguntas humanas, filosóficas, con sus tristezas y deseos.
–Desde hace unos años está de moda hablar de neurociencia. Algunos quieren refutar a Dios induciendo experiencias místicas en el cerebro, con piscotrópicos, o campos magnéticos…
Puedes inducir visiones sorprendentes, pero eso no niega a Dios. El cerebro es un resultado de la razón divina, o como mínimo de la razón física y matemática. El cerebro puede percibir y conocer, percibir el tiempo de distintas maneras. Te puede ayudar a captar una presencia cercana a ti, que puede ser divina. O, vale, puede ser una alucinación, pero es que esa pregunta ya la planteaban los profetas del Antiguo Testamento: «¿profetizo según Dios o son cosas que alucino yo?» La pregunta no es nueva.
–Pero estos materialistas dicen que el amor es sólo química, descargas de dopamina…
Decir que el amor es solo química no es verdad. El cerebro tiene neutrotransmisores y neuroreceptores pero en sus circuitos nuestra actividad influye, es decir, nuestra voluntad, lo que hacemos y queremos hacer. Amar no es solo estar enamorado, no es solo dopamina: si amas querrás conocer a la persona, por ejemplo, y eso reconfigurará tu persona. Un materialista no puede decir «es solo materia», tendrá que admitir que es, al menos, «materia y estructura», y la estructura la da la voluntad.
–Parece difícil mantenerse como materialista…
A mí, como científico, mi racionalismo me abre a una razón más amplia, con la sorpresa por la existencia, por el amor a los demás, ¿es eso menos racional? La ciencia, hasta ahora, siempre ha dado razón a las búsquedas que se hacen más amplias. De hecho, los materialistas, ni los antiguos ni los modernos, pueden negar a Dios. Incluso los materialistas antiguos ya veían que Dios podría ser material… pero de una materia sutil e indetectable, y esa es una posibilidad que ningún materialista puede negar. De hecho, hoy que vemos que hay muchísima materia oscura, y muchísima energía oscura, y que es muy distinta a lo que conocemos, que la energía oscura es muy distinta a la energía normal… así que no se puede negar la posibilidad de que Dios exista según una materia muy distinta. Aunque no es lo que yo creo. Pero lo pongo como ejemplo de cómo un materialista ha de abrirse a las nuevas posibilidades.
-Según Nature, en los países anglosajones un 25% de profesionales de la ciencia afirman creer, de alguna manera, en la existencia de un ser superior. Usted mismo es públicamente creyente y ha hecho de la fe un eje vertebral de su actividad literaria e intelectual. ¿Cómo se aúnan una y otra?
Preguntando, esencialmente. Es decir, preguntándose por la realidad. Lo que sucede es que hay experiencias que surgen de la sensibilidad, y son experiencias complejas. En mi caso, los orígenes de la religiosidad se encuentran por un lado en cuando era pequeño y me llevaban a la iglesia para participar en las ceremonias. Allí ves una cosa de tipo afectivo, de tipo sensorial, emotivo. Pero cuando creces, empiezan a entrar en juego cuestiones de tipo más racional, que te llevan a preguntar hasta qué punto aquello puede ser solamente una emoción sin un correlato real detrás. En aquella época estudiaba la historia de la filosofía, y allí se planteaba la cuestión del primer motor de Aristóteles, de la inteligencia o la razón como el gran motor del mundo. Y si entiendes a Dios no como desafío a la razón, sino como fundamento de la razón y del mundo –tal como lo entendían Aristóteles, Pitágoras o Platón, por ejemplo–, preguntarse por Dios no es preguntarse por un señor con barba, sino por la racionalidad más profunda del cosmos, tal como hizo Einstein.
-Entonces, allí estaría el núcleo del debate entre razón y fe…
En parte. Después está la cuestión de la justicia; en este sentido, el cristianismo me parece muy interesante porque no es una religión individualista, sino que es una espiritualidad muy comprometida con la justicia. O que debería estarlo, lo cual lamentablemente no siempre sucede. Porque en la práctica, el cristianismo, y en general todas las religiones, se utilizan a veces para adquirir poder y controlar la sociedad. Frente a esto, el individuo busca defensas. Y una defensa es justamente la razón: si uno quiere imponerme algo, yo le pregunto por qué quiere imponérmelo. Este es uno de los puntos de debate entre razón y fe más interesantes: la razón que busca libertad frente a algo que se le impone por la fe. Pero eso no significa que la fe no sea atractiva. Desde mi punto de vista también hay un diálogo inverso, incluso cuando se hace ciencia. Porque cuando uno hace ciencia, toma unos determinados postulados en los que cree provisionalmente y gracias a esta creencia puede avanzarse y llegarse a un punto desde el cual se hace posible entender aquello en lo que antes solo se había creído. La ciencia no es lineal: puede serlo en los libros, pero no en la manera de hacerla ni en la manera de aprenderla. Pero el problema de la fe es que la creencia es su propio fundamento, y así puedes creer cualquier cosa. Y con qué pasión lo crees, y con qué ceguera, es una cuestión complicada, en la que conviene que haya elementos de precaución. La misma teología, que es una forma de pensar racionalmente sobre la fe, puede estar al servicio del poder para justificar que una determinada institución tenga mucho poder sobre la sociedad, o bien puede interesarse por cuestiones más abstractas: la racionalidad del mundo, la justicia, la solidaridad.
-“El Logos fue el principio” leemos en San Juan, pero Hawking a partir de la observación concluye una explicación del universo (o del meta-universo) que no necesita al Logos, que se crea a sí mismo a partir de la nada. Es más, llega a postular que la filosofía ha muerto. ¿Es esta dicotomía entre ciencia y fe, a su juicio, una contradicción insalvable?
No comparto su menosprecio y desconfianza hacia la filosofía que, en mi opinión, desconoce abismalmente. Pero Hawking también necesita un Logos: su Logos son las leyes físicas. Sus hipotéticos universos se producen como fluctuaciones de un vacío cuántico, que es diferente de la nada. El vacío cuántico fluctúa porque así lo impone el Logos de la física cuántica. Sin ese Logos, no tendría por qué fluctuar ni dar lugar a universos.
Por mi parte, no hay contradicción necesaria entre ciencia y fe. Si Dios es visto como la fuente profunda de la racionalidad, cósmica, matemática, físico-química, biológica, humana; descubrir más razón en el mundo no significa apartar a Dios del mundo, sino descubrir el rastro de su presencia y acción. Por otro lado, la investigación científica tiene elementos de fe: se predice una partícula, y se la busca con denuedo durante cuarenta años, hasta encontrarla, poniendo al servicio de esa búsqueda miles de físicos, invirtiendo grandes sumas de dinero. Ese esfuerzo humano y económico enorme no se haría si no se tuviera fe en la racionalidad de la naturaleza, en la eficacia de la física matemática, en nuestra capacidad de conocer el mundo.
Me sigue impresionando la frase “El Logos fue el principio”: en ese Logos multidimensional yo veo también la racionalidad científica, como parte de una lógica más amplia.
Fuentes: www.religionenlibertad.com & ABC.es & otras entrevistas.
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