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Hubo un día que se dejó de creer en Dios, porque se pensó como un “estorbo” al progreso. Dios era algo “alejado” a la realidad excitante que sé venia en la avalancha de los avances, los productos, la tecnología, las posibilidades ilimitadas ¿de qué? no lo sabíamos, pero era un manjar demasiado apetitoso para que unas reglas, una moral, una filosofía, una manera de pensar “anticuada”, “atrasada” se interpusiera entre esto que me llamaba, me seducía, me prometía todo lo que anhelaba.

Desde Voltaire hasta Marx, pasando por Feuerbach, se pensó que el mundo debía dirigirse a sí mismo, salvarse a sí mismo, proporcionarse a sí mismo todas las posibilidades existentes. El mundo lo creyó, se abalanzó hacia el “futuro”. La medicina nos entregaba una vida cuasi-eterna, la ciencia nos daba todas las respuestas, el capitalismo todos los placeres, ya no había que abrirse al infinito, a las posibilidades más allá de lo que podemos probar en esta tierra, ya no había que preguntarse siquiera por las preguntas acerca del sentido, la realidad, la divinidad, el mal, la potencias del alma quedaban reducidas a los mecanismos de la productividad, el placer y la recompensa inmediata… suplantamos el pensamiento y la religión por la televisión y el dinero.

Pero pensé, quizá, y solo quizá, el progreso se erguía como una posible solución al problema, al inconveniente de existir. En un mundo perfecto, cerré los ojos y me perdía en el pensamiento utópico de esta realidad, y me veía a mi mismo decidiendo cuantos años quería vivir, 50, 100, 200, la medicina todo lo podía, incluso anular todas las enfermedades y los dolores sensoriales.

Y me vi a mi mismo en una sociedad justa, equitativa, con la misma posibilidad para todos, un gobierno que me protegía a mí y a mi familia, un trabajo agradable que me daba el poder económico para disfrutar desde lo básico hasta los placeres mundanos del consumo cuasi-ilimitado. No solo eso, tenía tiempo para convivir con mi familia, tener los hobbies que más me gustaban, y me sobraba el tiempo. No había pobreza, el dolor era reducido, si alguien mataba, este último quedaba excluido de la sociedad. Sin duda alguna se intentaba la justicia humana, existía el dolor de la muerte, sí, lo recuerdo bien cuando mataron a mi amigo, mi mente quería abrirse por un momento al infinito, preguntarse por si acaso habría algo más… pero esa luz se cerro de inmediato, no tenía sentido ni pensarla, ni conversarla, ni intentar contestarla, tenía mucho en mis manos, en mi rutina… De hecho acababa de leer un artículo en una revista médica donde se estaba probando una nueva droga que lograría que cuando alguien tiene un pensamiento asesino sea reprimido, esa era la esperanza, la humanidad esperaba con ansia eliminar la paria del mal en la libertad de todos.

Reconozco que no es lo único que me preocupaba, el otro día encontré llorando a mi hijo… su novia se había suicidado porque encontró que mi hijo la engañaba, fue un error de él, pidió perdón, buscaron maneras, pero ella no lo soporto. Intento con el psicólogo, intento con el psiquiatra, intento con medicinas, pero nunca encontró el consuelo, solo pido a los médicos encuentren el químico perfecto que algún día anule los pensamientos suicidas. Mi hijo por su parte no encontraba consuelo en nada, no en la televisión, no en su carrera, no en sus amigos, le prometí que podría viajar a todos los lugares del mundo que él quisiera (lo podíamos pagar), pero él no quería. Al final pidió ir a Roma, había pasado un verano con su novia ahí, me pareció muy mala idea, pero esta vez no tenía mucho que decir, él estaba decidido.

Le pague su viaje a Roma. De vez en cuando escribe, poco le entiendo, está metido en una “secta”, en un movimiento rebelde que quiere destruir el progreso. En su viaje encontró en las ruinas una inscripción en griego, ni recuerdo que decía, pero era algo de aquella superstición que tardamos siglos en arrancar de las entrañas de la humanidad, el “Cristianismo”, tuvimos que prohibir su creencia so pena de muerte.

Entiendo su búsqueda de “sentido”, creo en ello, creo que es un derecho inalienable el que podamos elegir el sentido de nuestra vida, no creo que exista ninguna razón antes de nosotros, ni que existamos por alguna razón “superior”, somos poco más que animales que logran razonar, pensar, crearse sus mundos y sus sentidos. “Por qué no estudias medicina, intenta ayudar a la investigación para las nuevas drogas antisuicidio, es el mejor homenaje a tu novia ahora muerta”, o si quieres olvidar tu inteligencia y talento para la medicina puedes encontrar un sentido en el noble servicio del bombero, o de juez, implacable velador de las leyes que hemos ido perfeccionando después de miles de años de una “moral” impuesta por ideas retrógradas. Pero nunca me escucho.

Estoy confundido, sostengo en mi mano la carta que me acaba de enviar mi hijo desde Roma, mis lagrimas de confusión y rabia: “Hoy moriré padre. Cuando vine a Roma, recordé tantas cosas. Me encontré con Adán, quién había perdido a alguien también, pero él era diferente, creía cosas que a ti te parecerían ridículas, me abrió la mente a cosas que jamás pensé podía pensar, que siempre estuvieron latentes en mí pero nunca encontré las palabras para describirlas, las busque en la medicina, la ley, la matemática, en ninguna ciencia exacta, en ninguna ciencia de las que hoy se hablan las encontré. Entonces me hablo de algo que llamaban Filosofía y encontré algo nuevo, pero una vez que me enamoré de ella, me enseño algo llamado Teología, luego algo llamado Cristianismo… y entonces… que la digo por primera vez, la palabra, “Dios”… Padre, eso es lo que siempre quise decir pero no conocía la palabra para decirlo.

Entiendo que ahora moriré por ello, pero no importa, no estoy triste, aunque sé que tu quizá lo vayas a estar, pero no te preocupes, mi mente se ha ensanchado, mi alma ha recordado las potencias por las que vivo, mi inteligencia, mi voluntad, mi pensamiento, ha estudiado, indagado y no he encontrado la respuesta, sino que me encontré con un rostro, me encontré con una cruz con un rostro que contemplo todos los días. Cosas supersticiosas para quien espera la siguiente droga que mate un poco más la libertad humana, pero tu mundo padre no me salva, tu mundo me da más años, pero no me da sentido, tus leyes ¿nos dan justicia realmente?, no pueden salvarnos, no pueden salvarnos del mal, no pueden salvarnos de nosotros mismos, no pueden salvarnos del problema que nosotros mismos somos, no pueden darnos el sentido, porque no nos preceden. No me permiten decir: “Amar a alguien es decirle: tú no morirás jamás”. Y estoy dispuesto a morir, para poder decir eso.