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advientoLa inmaculada concepción debe recordarnos que hay un misterio en el mundo, el misterio del pecado. No es casualidad que se celebre unas semanas antes de Navidad y es que la Navidad debe responder siempre esta pregunta ¿A qué viene Dios? ¿Por qué se encarna?

Nos perdemos a veces en la mundanidad de los regalos, la cena, incluso en la belleza del árbol y el belén que aunque sean símbolos religiosos ya no nos recuerdan el misterio profundo de Dios encarnado, ya no nos recuerdan el porqué se precipita Él mismo a nuestro mundo.

Cuando hablamos del pecado pareciera que estamos ya sacando un tema tabú. Incluso entre los creyentes este concepto se ha diluido y ha perdido su potencia. Si bien es cierto que en lustros pasados se abuso de esta palabra, hoy hacemos lo contrario, sacarla por completo de nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con el mundo.

Si Dios viene es para sacarnos de una situación en la que estamos metidos, ¿y en qué estamos metidos sino en un alejamiento de Dios? Todo lo que está mal en el mundo es causa del alejamiento de Dios, la condenación es estar lejos de Dios, el pecado original fue hacer de nosotros el centro y no a Dios. No porque Dios necesite ser el centro, es como si el agua se jactara de ser necesaria para nosotros… es la naturaleza misma de la existencia que Dios sea nuestro mayor y único bien, nuestro mayor y único centro de felicidad, verdad y dicha.

¿Y qué es el pecado sino lo que abre un abismo entre Dios y nosotros? Esta creación ya no es la que salió de manos del creador, es la que el pecado ha convertido, es la que el mundo (del cual somos soberanos) ha hecho.

Pero Dios que es omnipotente y nos ama, no iba a dejar que nos perdiéramos, iba a rescatarnos. ¿Pero cómo rescatas a una libertad que por sí misma abre el abismo entre Tú, Dios, y ella criatura? ¿Cómo logras que el “pecado de Adán”, de ponerse en el centro sea reemplazado por la obediencia de un hombre que pone a Dios como el centro?

Dios ya lo tenía todo previsto y lo va anunciando desde el Génesis cuando promete rescatarnos de ese abismo en el que nos pusimos nosotros mismos. ¿Y cuál es el núcleo de esa promesa?. Desde la revelación del “nombre” divino, YHVH, lo que Dios ha prometido es que sería cada vez más manifestación, cada vez más para nosotros, cada vez más advenimientolo que ningún ser humano jamás pudo pensar es que ese advenimiento no sería solo la presencia de Dios, sino su presencia encarnada en nuestra naturaleza, sería Dios con nosotros… de la manera más real, más dramática, más espléndida, más misteriosa, más cercana, tan cercana como mi propia piel y mi propia carne.

Dios viene y pisa este mundo, filtrándose entre las lineas enemigas del poder, de los sabios, de los poderosos, para buscar lo que se le había perdido. Ya podríamos hablar de cómo la cruz nos rescata del pecado otorgándole a la naturaleza humana una nueva dirección, la de Cristo que obedece al extremo contra la de Adán que desobedece completamente, la de Cristo que pone al Padre como centro y la de Adán que se pone a sí mismo como tal… pero no es momento de hablar de ello, es momento de mirar el pesebre, de mirar esa mano que asoma por la cuna, la mano de YHVH que viene a cumplir su promesa, que viene a ser realmente Dios con nosotros. ¿A qué viene Dios? ¿Para que se encarna? … viene por ti, se encarna por ti. No te engañes creyendo que viene por la humanidad. ¿Tú que sabes si alguien más necesita ser rescatado? Pero tú sabes que tú si lo necesitas, tú sabes que hubiera venido tan solo por ti. Y es por eso, por ese amor, que podemos ir gozosos a ser hombres como Dios es hombre, generosos, entregados, dónde nuestra vida ya no nos pertenece más, la entregamos a Dios, ahí, junto al pesebre.