En Filipenses 2,5 se nos pide que tengamos los mismos sentimientos que Jesús. En realidad ese texto se refiere específicamente a tener una actitud de servicio con los demás, como Jesús se abajó a sí mismo y sirvió a todos los hombres, a pesar de su condición divina.
Pero de todos modos me gustaría apropiarme de esa idea de Filipenses: mirar los sentimientos de Jesús, que son a la vez nuestro modelo y nuestro límite.
Nuestro modelo porque en su espejo deberíamos mirarnos continuamente, y nuestro límite porque, como discípulos que somos, no podremos nunca ser más que el maestro, aunque algunas veces intentemos sobrepujarlo y convertirnos en especies de dueños de la fe, del compromiso, dueños de todo, como pequeños dioses más que como la grandeza que nos da ser hijos de Dios.
Pero todo esto viene a cuento de una pregunta que me parece interesantísima para leer los Evangelios y repensar: ¿sintió Jesús miedo en Getsemaní? y entonces, si sintió miedo, ¿qué validez absoluta puede tener su mandato “no tengáis miedo”?
Se habla tan pocas veces en los evangelios de los sentimientos de Jesús, que cada hallazgo en ellos es una perla, y más cuando ese texto es el de Getsemaní, uno de los que considero textos-nudo, donde se dan cita multitud de referencias, tanto desde el Antiguo como hacia el resto del Nuevo Testamento.
Quienes propiamente se refieren a los sentimientos de Jesús son Mateo y Marcos, Lucas los reemplaza por la expresión “entró en agonía” (que es un estado, no un sentimiento) y Juan menciona el hecho de ir al huerto con sus discípulos, pero no cuenta la escena. Así que me detendré en los sentimientos explicitados por Mateo y Marcos, ¡y por el propio Jesús! que tan escasamente habla de lo que le pasa.
Es muy difícil sacar un ladrillito de Getsemaní y ponerse a hablar de él, siendo relatos tan complejos, tan bien trabados internamente, donde cada cosa que se dice obedece a una “necesidad”. Pero ahora conformémonos con destacar sólo unas palabritas, en función de pensar esa relación entre los sentimientos de Jesús y el miedo, el fobos, del que también habrá que hablar, aunque no lo haya sentido Jesús.
Lo más curioso de estos dos relatos, Mateo y Marcos, es que siendo evidentísimo que escriben sobra la base de un relato común (no importa ahora si A leyó a B, B a A, o los dos a C), en este aspecto preciso de los sentimientos de Jesús, difieren.
Mateo dice que Jesús “comenzó a lypeisthai y ademonein“
Marcos dice que Jesús “comenzó a exthambeisthai y ademonein”
A su vez, los dos dicen, repitiendo la misma frase, que Jesús les dijo a los tres testigos:
“Mi alma está perilyptós“
Perilyptós, lypeisthai, exthambeisthai, ademonéin, son los cuatro nombres involucrados para mencionar estos sentimientos de Jesús.
Antes de adentrarnos en el asunto, y de traducir estas palabras (muy complejas, por cierto), hay que recalcar muy vehementemente que Jesús de ninguna manera, ni dicho por sus testigos ni por sí mismo, fobesthai, es decir, tuvo miedo.
El verbo fobeo se utiliza mucho en los evangelios, sin embargo nunca se utiliza para referirse a un sentimiento de Jesús, y siempre que se refiere a los discípulos o a la Virgen o a José es para negarlo: no tengáis miedo. Mientras que las menciones positivas son para los que no creen en Jesús (tenían miedo de la multitud, temía a Juan, temía a Jesús, etc)
Ya exploraremos un poco más este verbo, pero de momento quede la aclaración antes de adentrarnos en ese pedacito de alma de Jesús que, para gracia nuestra y con toda la delicadeza que esto requiera, nos dejó ver.
“Mi alma está perilyptós” (Mat 26,38 || Mc 14,34): en ese instante único en el que Jesús nos deja ver su alma, no lo dice con palabras azarosas sino ¡citando un salmo!, exactamente igual que cuando entrega al Padre su Espíritu. Es que los salmos…. ¡ay, los salmos! son la forma misma del habla de Jesús.
Incluso aunque no fuera Dios sino sólo un gran maestro, tiene -como todos los grandes maestros- a la poesía como forma de su hablar, hasta el punto de que es muy difícil discernir cuáles son palabras compuestas por él, y cuáles son citas implícitas de sus poemas predilectos. ¿Saben que ocurre algo parecido con Platón? uno lo va leyendo y va sintiendo cierto “sabor antiguo” en sus palabras, y ese sabor (Isidoro de Sevilla dice que sabor y saber son parientes cercanos) no proviene sino de las citas implícitas de su poeta predilecto, Homero, que se van enhebrando en el discurso.
Y eso en Platón, que aún muy grande, es un pagano, ¡cuánto más Jesús, el gran Maestro! ¡cuánto más Jesús, nuestro Señor!
¿Qué salmo cita Jesús?, el 42/43, “como busca la cierva corrientes de agua”. Los versículos 6 y 12 del 42 y 5 del 43 repiten insistentemente:
«¿Por qué te me derrumbas, alma mía,
por qué te agitas dentro mío…?,
¡espera en Dios! porque de nuevo lo proclamaremos:
Dicha de mi rostro, Dios mío…»
La versión que cita Jesús es la de los LXX, es decir, como en todo el NT, la versión griega del AT, por eso nos encontraremos diferencias con la traducción directa del hebreo; “mi alma está ‘perilyptós'” es este movimiento de derrumbamiento del que habla el salmo, abatida, “mortalmente triste”, como traducen muy acertadamente algunos. Prefiero, de todos modos, la expresión “mi alma está derrumbada”, porque señala muy bien ese movimiento “hacia abajo” que es el preludio al descenso que Jesús realizará con su ascenso a la Cruz.
Ahora bien, lo más remarcable en todo esto es que debemos tener presente cómo se realizan las citas en el NT, en la Biblia en general: no se cita por erudición, no hay una sola cita de erudición allí. No se cita un salmo por su expresión bonita, sino por una razón mucho más importante: para hacer ingresar el mundo de ese salmo en el mundo de la escena que está ocurriendo, así que un verso citado no es solamente ese verso, sino aquello a lo que el verso apunta.
Jesús no necesita poner toda la estrofa para que le entiendan, basta con que diga esa primera parte, y enseguida, quien comparte el mundo de las Escrituras en el que respira Jesús, puede completar la estrofa: se trata de una cita de esperanza; aunque no de una esperanza voluntarista, al estilo de “espero porque, como en las pelis, todo terminará bien”, sino más bien, “espero porque es Dios quien, aunque no se muestre, está detrás de esto”.
En Getsemaní comienza el gran eclipsamiento de Dios en el mundo, es, precisamente, “la hora del poder de las tinieblas”. Ese eclipsamiento llega a su punto cúlmine con otro salmo: “Elí, Elí, lemá sabactani”.
La esperanza signada en el salmo es una esperanza contra toda esperanza humanamente posible, y sin embargo…. sin embargo es el sentimiento que Jesús comparte con nosotros; en la hora cumbre de su hora, nos conduce al sentimiento que espera de nosotros.
Por eso es notable que los dos evangelistas no se ponen de acuerdo en cómo nombrar ese sentimiento de Jesús para no quedarse en la descripción puramente externa sino penetrar en lo que Jesús mismo declara a través de la cita sálmica.
Tanto Mateo como Marcos están de acuerdo en que comenzó a “ademonéin”, a angustiarse.
Von Balthasar, al que admiro, como ya saben, mucho, escribió un librito llamado “El cristiano y la angustia” donde, según comprendí, trata de mostrar que la angustia es un estado del alma ajeno al cristiano, pero, ¿lo es? Admiro a von Balthasar pero, ¿podemos ir más allá de los sentimientos de Jesús?
Jesús comenzó a angustiarse. Lo dicen literalmente así: “comenzó a…”; creo que hay muchísima fuerza en esa expresión; hay varios recursos en griego para expresar esta idea de una acción incoativa, en inicio, sin embargo, eligen la más explícita, la que no deja dudas de que lo que quieren marcar no es tanto lo que ocurre, sino el hecho de que eso comienza; “comenzó a angustiarse” es el momento en que Jesús abre su alma y se queda inerme, pero también transparente, no esconde, no nos esconde de su alma absolutamente nada, y en tanto inerme y transparente, las tinieblas, que llenan la escena del mundo por tres días, no pueden contra él. Porque nada puede la fuerza contra aquel que no le ofrece fuerza sino su débil debilidad; nada puede la tiniebla contra la transparecia.
La angustia, y quien la haya experimentado la conoce bien, y aunque la haya sentido una única vez ya no la podrá olvidar, no es un temor, un miedo, un pánico, no, nada de eso, es un sentimiento completamente físico, es un dar vuelta el alma en el pecho y sentir cómo se angosta y aprieta, la angustia es una apretura, que amenza aniquilarnos de tanto apretar… pero no puede hacer desaparecer precisamente a aquel que la reconoce, la nombra, la deja a la vista… y eso hace Jesús: mi alma ha comenzado a derrumbarse. Dicho esto, paradójicamente, no con temblor en las palabras, sino con una serena y esperanzada cita sálmica.
Pero una sola palabra no basta llegar a dejar expreso, testimoniado, el abismo de este derrumbamiento, así que Mateo dirá: “comenzó a lypeisthai y angustiarse”; Marcos, por su parte, testimonia: “comenzó a exthambeisthai y angustiarse”.
Mateo utiliza un verbo que es el raíz del que Jesús cita con el salmo: si peri-lypeo es derrumbarse, lypeo es simplemente un poco más débil, ya que será reforzado con “angustiarse”: “comenzó a decaer y angustiarse”, como cuando decimos de alguien que lo vimos “decaído, triste”. Quiero retener que a lo que se apunta con estos sentimientos es a mostrar el movimiento que recorre el alma de Jesús: apretarse, abajarse.
Pero el más sorprendente es el verbo que usa Marcos, “exthambúmai”, que es “quedar estupefacto, anonadado”; ¿por qué digo que es sorprendente? porque Marcos hace una apuesta muy fuerte a la comprensión del lector, a que el lector perciba que no se le habla de los sentimientos de Jesús porque sí, sino para dejar testimonio de la apertura de alma con la que Jesús se mueve hacia su pasión. Lo último que diríamos de alguien del que queremos marcar que “pobrecito, le duele mucho lo que pasa y está muy triste” es que “está estupefacto”, que más bien es un verbo estático, contemplativo; sin embargo lo que se quiere decir aquí no es “pobrecito Jesús, cómo le va a doler, cuánto le van a pegar…”, sino mostrarnos el lugar adonde nuestra propia angustia, nuestra propia perplejidad, nuestro propio abatimiento ante una verdad que tenemos entre manos y ofrecemos a un un mundo que sin embargo no la quiere, tiene su cabida.
Los sentimientos de Jesús no son, si se me permite la expresión, sentimientos “sentimentaloides”, de culebrón de las 5, son sentimientos de un alma que se abre y se queda abierta, quieta y callada, para que la hora de las tinieblas pase a través de ella, y las tinieblas mueran en ella, como se nos propone que sintamos nosotros.
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