No es casualidad que la Iglesia en su liturgia escoja celebrar a San Esteban un día después de Navidad. “El Verbo se hizo carne…” nos recuerda San Juan, pero también nos recuerda como la oscuridad y los suyos no lo recibieron.
La venida de Dios al mundo no era un paseo, ni era una alegría y paz como las dan el mundo… era un grito de guerra.
El mundo no está bien, esta creación gime verdaderamente con gritos de parto, un parto que se alarga y los que vemos con ojos abiertos de lo que van estos tiempos, no podemos sino querer que dejen de alargarse.
Dios no viene a dar lecciones, a dar cátedra de moral. Tampoco viene a ser el gurú de la prosperidad, ni viene a garantizarnos que el mundo no podrá tocarnos y que si lo seguimos nos irá de maravilla. No es como quién viene a liderar una guerra diciendo a todos: no se preocupen ninguna bala los tocará, esta batalla es un simulacro, ustedes tranquilos…
Dios viene a garantizar la victoria, a decirnos con absoluta certeza: “No teman, yo he vencido al mundo…” Esta guerra está ya ganada, pero tiene un costo de sangre divina y sigue costando la persecución de los que tienen a Cristo como Señor (signo total de contradicción) y sigue costando vivir en un mundo aún en manos del pecado, que tiene consecuencias, enfermedad, dolor, muerte…
“Pero cada uno de vuestros cabellos están contados…” Dios sí nos protege, no siempre de las consecuencias del pecado, no siempre de la persecución, no siempre del dolor, nos protege al asegurarnos que todo eso Él le dará sentido, que todo eso será parte de la gloria que se recordará cuando el tiempo sea consumado y Dios venga a juzgar al mundo. Confiar en Dios es realmente confiar que a pesar de la oscuridad de este mundo, Dios en su poder, en su amor y en su victoria, tiene la última palabra… y quiero creer que esa palabra será: “Ven Carlos y comparte conmigo la vida.”
No todos sufrirán igual, no todos pelearan la misma batalla, no a todos se les exigirá lo mismo… pero todos estamos aquí en esta guerra contra el mundo y debemos siempre de estar preparados para sangrar, para sufrir, para luchar y proclamar…
John Lennon y los hippies estarían conformes con tocar la guitarra frente a una fogata y hacer el amor y fumar mariguana… pero el amor es algo mas real y severo, exige sacrificio.
Por eso recordamos a San Esteban quién murió apedreado proclamando a Dios en Jesús. Nos recuerda que proclamar a Cristo no es cosa de “sentimientos”, de paz como falta de tribulación, de alegría como falta de dolor. O el Cristiano tiene agallas, o reza por ellas y las pide, porque se metió en una batalla real, eligiendo seguir a un Rey que no se achico ante el abismo inconmensurable del mal y el sinsentido, destrozándolos en un grito, consumando a lo que se plugo a venir.
“Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor rescata a su pueblo, consuela a Jerusalén. Descubre el Señor su santo brazo a la vista de todas las naciones. Verá la tierra entera la salvación que viene de nuestro Dios.” (Sal 97)
El brazo que asomaba de la cuna de Belén era no solamente el brazo de un pequeño niño que venia indefenso, era también el poderoso brazo de YHVH que venia a luchar por su pueblo. ¡Esa es nuestra alegría y esa es nuestra paz! que el Rey del cosmos se haya abajado a sufrir mis sufrimientos y por nosotros luchar. Y éste es mi verdadero gozo, que la muerte y el sinsentido tienen la partida perdida… A Dios hombre pudieron matarlo, pero resucitó, y a el Verbo, a el Logos… a la Palabra no pudieron callarla…
“Así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié.” (Is 55,11)
Dios tiene la última palabra.
—CJBS
¡Me encantó! La pura verdad en 6 párrafos… Gracias.