Hay veces que me pregunto ¿Por qué Dios no entra con todo poder y gloría a este mundo? ¿Si lo que más desea es entrar en comunión con el hombre, porque no lo hace de manera más “violenta”?
Y luego veo a Dios sonriendo: ¿acaso es así como haces a tus amigos?
A veces la cruz, incluso la resurrección parecen algo tan lejano, y tan insignificante, tan poco “divinos”. Y luego me doy cuenta que estoy pensando el poder como lo entiende el hombre, a base de fuerza, dominación y control. Quiero ver un dios-dictador que se muestre de una vez por todas y me permita amarlo con certeza, pero Dios no me responde así. No, el muy descarado me hace ver mi completa vileza y me pone frente a una respuesta que jamás pudiera yo imaginar.
Un Dios que se cuela tras lineas enemigas de la manera más débil posible, de la manera más anónima y pequeña. Un Dios que no grita, sino invita, que no incita la violencia sino la misericordia, que no se enoja con los pecadores sino que los ama y con eso los transforma, no porque no odie el pecado sino precisamente porque el amor aleja del pecado. Un Dios que llama, congrega, invita, no nos necesita pero nos quiere hacer parte de Él y su alianza, su plan oculto a los ojos de los poderosos.
Porque las guerras del mundo son a base de voluntades, de dominación ¿de que le serviría a Dios ponerse a pelear en ese campo? Nos podría destruir en un segundo ¿quién podría imponer su voluntad y dominio sobre el creador del cosmos? Pero su guerra no es para dominarnos, ni obligarnos, sino para enseñarnos como podemos ser verdaderamente hombres, cómo podemos entrar en amistad con Él.
Pero no lo hace como un maestro de moral, sino que lo hace con agallas, a lo divino, el mismo baja, se encarna y nos acompaña. Porque sabe que no todos querrán escucharlo, que no todos querrán seguirlo, sabe que en el misterio de la libertad el hombre deseará matar, violar, denigrar, destruir… y el no peleará la batalla en ese campo, bajo los términos de la muerte, el poder y la dominación… entonces se somete a sí mismo en manos de esa violencia, y se deja golpear, humillar, denigrar, todo para acompañarme hasta los confines más profundos del misterio del mal… hasta la muerte misma.
¡Y nos gana! Nos gana la resurrección, el mal que exigía justicia ante el pecado queda sobre-pagado con su muerte. ¡Nos gana también para Él!, porque nos conquista, nos hace querer seguirlo, nos arranca un ¡Sí! Libre… El muy descarado logra todo lo que se había propuesto, por nosotros.
Quizá por eso los poderes del mundo odien tanto a los Cristianos, queriendo borrarlos de la faz de la tierra, porque son un recordatorio de que todo su poder es insignificante, fútil, patético…
Me pasa a veces, que me emociona ver en las series de televisión al ingenioso protagonista salirse con la suya de manera creativa e inesperada, mientras superando todos los poderes en contra, termina con una sonrisa en la cara y una victoria anotada… No puedo dejar de pensar en Jesucristo, levantándose de la tumba, con esa misma sonrisa…
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