El domingo de ramos conmemora el regreso de Dios al templo de Jerusalén. El profeta Ezequiel nos habla de que el pueblo de Israel, su pueblo, no había seguido sus preceptos:
«Sabrán que yo soy Yavhé cuyos preceptos no han seguido y cuyas normas no han guardado, por el contrario, han obrado según las normas de los demás pueblos» Ez 10;
Entonces es cuando en uno de los pasajes más dramáticos, Ezequiel nos dice que la gloria de Dios abandona el templo por el oriente.
El templo era el lugar físico donde moraba “la gloria de Dios”. El hecho de que Dios mismo abandone el templo, es una señal de que su pueblo se había terminado de extraviar.
Es entonces significativo que leamos en San Marcos que Jesús se aproxima por el oriente hacia Jerusalén, hacia el templo, precisamente por donde Dios lo había abandonado.
Y ese no es el único signo:
«¡Grita de alegría Jerusalén, que viene a ti tu rey: justo y victorioso, humilde y montado en un burro… suprimirá los carros de guerra de Efraín y los caballos de Jerusalén; sera suprimido el arco de la guerra, y el proclamará la paz a las naciones. Su dominio alcanzará de mar a mar, desde el río al confín de la tierra» Za 9,9;
Jesús no es solo un “profeta” o un gran maestro: «He aquí alguien que es más que el templo» Mt 12,6; El templo era el lugar más sagrado sobre la tierra, era la morada física de la gloria de Dios ¿Quién podría entonces superar al templo? Solo Dios mismo.
Ezequiel profetiza que Dios retornaría al templo por el oriente:
«La gloria de Dios entró en el templo por el pórtico que mira a oriente. El espíritu me levantó y me introdujo en el atrio interior y he aquí que la gloria de Dios llenaba el templo» Ez 43,4-5;
Cuando Jesús entra en el templo, era Dios mismo retornando como rey de su pueblo. Solo que su pueblo ya no sería aquel que lo adoraba en Jerusalén, en un templo de piedra:
«Yo los recogeré a ustedes de en medio de los pueblos, los congregaré de los países en los que han sido dispersados… vendrán y quitarán de ella todos sus ídolos y abominaciones yo les daré un solo corazón y pondré sobre ellos un espíritu nuevo, quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en practica y así sean mi pueblo y yo su Dios» Ez 11;
El pueblo de Dios es aquel que realmente escucha y pone en práctica lo que él manda:
«Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente y, ama a tu prójimo como a ti mismo.» Lc 10,27;
Y en cuanto al templo:
«Destruyan este santuario y en tres días lo levantaré» Jn 2,19;
Jesús se convierte en el verdadero templo, en la presencia real de Dios entre los hombres, es él el verdadero lugar de adoración y encuentro.
El domingo de ramos es algo más que unas palmas, un Hosanna y un burrito. Es la conmemoración del regreso de Dios mismo al templo, para destruirlo y volverlo edificar, ya no sobre piedra sino sobre carne y sangre, sobre Jesús. Un rey que no es como todos los reyes, ni victorioso como el mundo se asegura la victoria, sino que viene a salvarnos entregándose el mismo a los poderes del mundo para destruirlos desde adentro, para liberarnos y llevarnos hasta él. Para llamar a su pueblo de todos los rincones del mundo y decirles que Dios ha venido por fin, a buscarlos en persona.
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