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[estilo e=’citapie’]Dedicado a Horacio Della Costa, quien me introdujo de chico en la poesía[/estilo]

El artículo comienza caracterizando la clase de texto que es -en conjunto- la Biblia, para centrarse en los recursos literarios principales que la recorren y sustentan.

gabaon-battleLa Biblia no está compuesta siguiendo los moldes de nuestra prosa, y si la leemos como tal corremos el peligro de no entender de qué habla, de hastiarnos de ella, de cerrarla tal vez por muchos años.

Sería interesante un “bingo” en el que pudiéramos apostar hasta qué capítulo llega quien acomete la lectura seguida y desde el inicio: ¿el 11?, ¿el 20? no creo que mucho más allá. Para esa altura ya nos dio ganas de saltear las genealogías (si es que no lo hicimos), no sabemos en qué punto de la historia estamos ubicados, y leímos tantas veces las mismas frases, que nos da la sensación de que todos dicen que es maravillosa simplemente porque queda mal decir lo contrario.

El idioma hebreo (en el que está compuesto casi todo el AT) es muy pobre en vocabulario y en sintaxis, por lo que yuxtaponer frases breves y repetir expresiones y giros es casi lo único posible, pero lo decisivo no es eso, sino más bien que el conjunto de la escritura bíblica no utiliza modos de expresión propios de la prosa sino de la poesía, a la que estamos poco acostumbrados y para la que -siempre- hace falta cierto “entrenamiento” que nos vuelva perceptivos.

Esto no es inusual en la gran literatura, sea o no bíblica. Pensemos en el teatro del Siglo de Oro español: utiliza como recurso expresivo el verso métrico y la rima, independientemente de que su “ritmo narrativo” es propio del teatro y no de la poesía.

Algo semejante pasa en la Biblia. En ella tenemos prácticamente todos los géneros literarios que conocemos, e incluso algunos que ya no se usan: poema, cuento, historia, carta, evangelio, profecía, visión apocalíptica, informe político, genealogía, apólogo, parábola….. etc. Son cientos los géneros literarios de los que podemos encontrar en la Biblia, sin embargo, todos ellos utilizan como molde expresivo los procedimientos propios de la poesía. Como si dijéramos, todos ellos acuden al verso y a la rima.

En realidad es sólo “como si dijéramos”, porque el verso métrico y la rima no existen en la escritura hebrea, y la rima no existe en la escritura griega. No son entonces esos los procedimientos formales de la poesía hebrea, ni tampoco de la griega, por lo que no están presentes en la Biblia. Cuando nuestros traductores arman “versos” con las breves frases hebreas (por ejemplo en los Salmos), están “traduciendo” los procedimientos formales del original a los que utilizamos en nuestra lengua.

Casi podría decirse que la mejor traducción sería aquella que llevara la Biblia a hablar en metro y rima, ya que eso nos haría chocar de lleno con la distancia que naturalmente tenemos frente a este texto. La idea no es novedosa: las primeras traducciones al castellano (siglo XII) fueron en verso, lo que logra que prestemos más atención al “cómo habla” que al “mensaje”.

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El descubrimiento de Moisés

Tal vez piensen espontáneamente que en definitiva lo que importa es el mensaje. Eso es fruto de tres siglos de mentalidad racionalista, de la que somos sufridos herederos, que considera que lo exterior es cáscara y no resplandor, cobertura y no manifestación. Imaginamos que sabemos más sobre la tierra porque “sabemos” que gira alrededor del sol, en lugar de considerar la evidencia inmediata, la que todos vemos cotidianamente, de que es el sol quien sale y se pone. Lo primero es más exacto, los segundo es más cierto. Saltamos por sobre la evidencia inmediata y vamos directo al “contenido”, al “mensaje”, ¿y después qué? pues nada, después sabemos mucho sobre algo que a nadie importa, nos hemos vuelto “eruditos en lugar de sabios”, como acertadamente señala Platón.

Quitemos la expresión a la Biblia, ¿qué nos queda? Que “Dios nos salva”. ¡Chocolate por la noticia! ¿Qué otra cosa puede hacer un dios que salvar o perder? Eso no es “el mensaje” de la Biblia. Lo diré provocativamente: La Biblia carece de “mensaje”, si quitamos “la cáscara”, la expresividad, no queda absolutamente nada que no pueda ser dicho sin necesidad de suponer revelaciones, inspiraciones, etc. Es la vía muerta a la que llegó el estudio bíblico a mediados del siglo XX. Lo que muy humoristicamente señalaba Heidegger en una de sus obras: “Cuando llegué a Marburgo en 1923 Bultmann había terminado de desmontar la Biblia, ahora parece que la están volviendo a armar…”

La Biblia no tiene un “mensaje” ni una “oferta de salvación” sino una obsesiva persecución de Dios al hombre y del hombre a Dios, cada uno tratando de romperle al otro la articulación del fémur, como en la bella y misteriosa lucha de Jacob con su oponente nocturno (Gn 32,25ss). Creo que hay que jugar mucho con las palabras para llamar “oferta de salvación” al delirante destrozo del mundo que se hace en el Apocalipsis, por ejemplo, más propio de una pelea de matrimonio calabrés que de un Soberano del mundo con sus vasallos.

La Biblia traza la historia, la disección, el llanto, la alabanza, el anuncio… de esa obsesiva persecución. Quien la lee puede “cambiar la cabeza” (en griego “conversión” quiere decir eso) y dejar de interesarse por las cosas poco interesantes y pasar a ocuparse sólo de perseguir y ser perseguido, o puede quedar indiferente, esperar un “mensaje de la Biblia” que nunca llega, y terminar cerrando el libro y reconociendo que la Biblia es absolutamente incomprensible.

Esa persecución no se cuenta, se hace, para lo cual la Biblia recurre al único lenguaje que puede carecer de “mensaje” sin ninguna clase de complejos, al único lenguaje que puede distorsionar las cosas sin mentir, al único lenguaje que puede repetir sin ser supérfluo: al lenguaje propio de la poesía.

El objeto de este pequeño trabajo, que sería innecesario en una época más poética, es tratar de sistematizar los recursos formales básicos que utiliza la Biblia, los procedimientos que en las lenguas y en el lenguaje bíblico serían “equivalentes” a nuestros tradicionales “metro y rima”.

El núcleo de la poética bíblica

El recurso central, el que es origen de todos los demás lo tenemos a mano a cada paso, es precisamente el gran escollo del lector “prosaizado”: la repetición. La Biblia repite palabras, frases, narraciones enteras, las repite al derecho y al revés, las repite iniciando y terminando un relato. Exagerando un poco (no demasiado) casi se podría decir que si quitamos de la Biblia las repeticiones… cabe en unas pocas páginas.

Nomás entrar a la Biblia y nos encontramos con que “atardeció y amaneció” no le basta decirlo una vez, lo dice siete veces, una para cada “día”, como si en cada uno fuera una gran novedad. Enseguida nos encontramos con que “creo Dios el hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”, y aunque ya sabíamos que las cosas que va creando “están bien” (¡faltaría más!), el relato se da el gusto de machacarlo tantas veces como obras (menos en una), y por si no nos quedó claro enunciará al final que “todo estaba muy bien”.

Leamos este fragmento de Génesis 7:

“El diluvio duró cuarenta días sobre la tierra. Crecieron las aguas y levantaron el arca que se alzó de encima de la tierra.

Subió el nivel de las aguas y crecieron mucho sobre la tierra, mientras el arca flotaba sobre la superficie de las aguas.

Subió el nivel de las aguas mucho, muchísimo sobre la tierra, y quedaron cubiertos los montes más altos que hay debajo del cielo.

Quince codos por encima subió el nivel de las aguas quedando cubiertos los montes.”

¿Quedó claro que llovió mucho? Porque si no quedó claro siempre es posible decirlo una docena de veces más…

¿Para qué repetir? En realidad no hay un único motivo, por lo que en cada caso habrá que ver por qué se hace, podría ser para destacar una frase, para “equilibrar” una narración demasiado cargada de detalles, para crear “bloques narrativos”, para detener el tiempo de la narración y volverlo al comienzo. Veamos estos usos en nuestros recientes ejemplos:

-Para destacar una frase: “creo Dios el hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”

-Para equilibrar la narración: el de Gn 7, narración exuberante de acciones, que podrían hacer perder de vista al lector que lo que importa no es la anécdota del diluvio. Centrarse en repetir rompe el curso fluido de las acciones, las “desactiva”.

-Para crear bloques narrativos: “atardeció y amaneció”, “vio Dios que estaba bien”, etc.

-Para detener el tiempo: “en el principio creó Dios los cielos y la tierra // estos son los orígenes de los cielos y la tierra cuando fueron creados”, la repetición invertida al principio y al final hace que el poema se vuelva “circular”, las creaturas están dentro de un “círculo creador” del que no se sale, la Biblia entera cabe en ese círculo.

No he señalado aun las “clases de repetición”, como si todas fueran la misma; pero lo hago porque efectivamente la repetición es no sólo el recurso básico, sino el originario. Todos los demás recursos no son sino variantes de la repetición.

Lo decisivo en esto es que la repetición se trata de un recurso, y por lo tanto no cabe sacar de él ninguna conclusión realista ni doctrinaria. Dicho con un ejemplo: que el poeta recurra al ritmo de siete días no indica absolutamente nada sobre la cronología de la creación.

Veamos los tipos de repetición:

-El primero es la repetición simple, ya sea de las palabras o del significado. Hay que tener cuidado con esto: si no repite exactamente lo mismo ya sea en las palabras o en la idea, no se trata de una “simple repetición” sino de una repetición de alguna de las otras clases que veremos.

Ejemplo: “y atardeció y amaneció, día XX” parece una simple repetición, pero el hecho de que el día séptimo (el sábado) es un día cualificado hace que esta no sea una simple repetición: los miembros de la repetición no son homogéneos. En cambio “creó Dios el hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó” es una simple repetición, aun cuando sus miembros estén invertidos. El segundo miembro no añade ni quita nada al primero, y esto es lo decisivo de la repetición, sea que se haga directa o inversa.

-El segundo, que sólo es segundo porque proviene del anterior, pero que en realidad es el más utilizado en la Biblia, es el paralelismo. El paralelismo se distingue por “desplazar” entre sí a los miembros, ya sea aclarando el primer miembro por el segundo, ya sea complementándolo. Un ejemplo: “… a imagen de Dios lo creo // macho y hembra los creó”; “macho y hembra” en lugar de “el hombre” y “los” en lugar de “lo” desplazan lo dicho en el primer miembro añadiendo, en este caso, una información retenida hasta ahora.

Hay que tener cuidado de no confundir el paralelismo con otros recursos. Un criterio puede ser que si la progresión de la idea es “homogénea”, no se trata de un paralelismo. Según esto, el crecimiento de los “días” de la creación no es un paralelismo sino otro recurso que enseguida veremos. Antes de eso me detengo en otro ejemplo de paralelismo, un dístico bellísimo:

“Detente, oh sol, en Gabaón
y tú, luna, en el Valle de Ayyalón (Jos 10,12)

Parece una simple repetición, en donde “Valle de Ayyalón” simplemente reemplazara a “Gabaón” y “luna” (un astro) reemplazara a “sol” (otro astro). Pero en realidad hay un desplazamiento de lo dicho en el primer verso: el sol y la amplitud del escenario (Gabaón), y la luna y al mismo tiempo el achicamiento del escenario (no todo Gabaón sino el Valle de Ayyalón), lleva a un contraste destacado entre la significación cósmica del acontecimiento y la pobreza exterior de la batalla que se está narrando. De esa batalla perdida en un rincón del planeta, está pendiente la totalidad del cosmos.

Una manera de saber si estamos ante una simple repetición o ante un paralelismo es convertir el fragmento en una explícita repetición simple. Mentalmente reemplazamos “y tú luna en el Valle de Ayyalón” por “oh sol, detente en gabaón”, por ejemplo. Nos queda:

“Detente, oh sol, en Gabaón
oh sol, detente en Gabaón”

No es que no pudiera decir esto, es perfectamente esperable en el contexto, pero ¿dice eso lo mismo que el dístico bíblico? No. Entonces no se trata de una simple repetición.

-El tercer recurso, variante del paralelismo, es la acumulación. Su origen hay que buscarlo en los “poemas acumulativos”, especie de “adivinanzas” de la literatura sapiencial:

“Hay tres cosas que me desbordan
y una cuarta que desconozco:..” (Prov 30,18)

En realidad dice literalmente: “y cuatro que desconozco”, pero se refiere con certeza a “una cuarta”.

La acumulación no está sólo en los números (3+1), sino en el paso de “me desborda” a “desconozco”. La enumeración va reteniéndose hasta completarse recién al final.

Es acumulación, por ejemplo, el “vio Dios que estaba bien… vio Dios que estaba bien… vio Dios cuanto había hecho y todo estaba muy bien”. El “todo” del final ilumina la totalidad de las aprobaciones parciales que se fueron haciendo; lo que hasta ahora eran obras relativamente independientes pasan a constituir un cosmos.

En el NT encontramos una interesante acumulación en el Evangelio de San Mateo:

7,28: Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos…

11,1: Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones…

13,53: Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas…

19,1: Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos…

26,1: Y sucedió que, cuando acabó Jesús todos estos discursos…

El “todos” del final convierte a esta repetición en una progresión acumulativa y obliga a preguntarse por la relación interna de cada uno de esos cinco bloques de discurso. Cinco bloques que no es difícil relacionar con los nuevos “cinco rollos” de la “Nueva Ley”.

-El cuarto recurso es la antítesis. A veces la antítesis sirve a la expresión de una paradoja (las “bienaventuranzas”, por ejemplo), a veces sirve simplemente para expresar la idea de completitud: “creó Dios los cielos y la tierra”, “el árbol de conocer el bien y el mal”, “Dios escruta el corazón y los riñones”.

Está claro que en estos casos no cabe tomar estas palabras en los significados que tiene por separado; “Bienaventurados el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía” no se refiere a dos clases de personas que se relacionan con el Apocalipsis (algunos leen y otros escuchan) sino al conjunto de la comunidad creyente en el acto cultual de “rodear” la Palabra, ya sea como lector, ya como oyente: el centro expresivo no está en el que lee o en los que escuchan sino en la Profecía leída y escuchada en la celebración.

“Los cielos y la tierra” no son las dos realidades que conocemos tomadas aisladamente, sino los extremos de una totalidad fuera de la cual no hay nada, ni en el tiempo ni en el espacio. No cabe preguntarse de dónde sacó el poeta al agua o al abismo, como si fueran preexistentes, ya que el sentido de “todo” por oposición a “nada” fue dicho de manera suficientemente clara en el primer versículo. Suficientemente clara para quien no lee esto como una prosa.

Estos son, si no omití ninguno, los cuatro recursos expresivos centrales de la Biblia. Cada uno de ellos puede a su vez ser utilizado en distintas modalidades (directo, inverso, inclusivo y quiástico), que no trataré en bien de centrarnos en ir dejándonos “apresar” por las palabras, por las expresiones, por la “jugosa cáscara” de la Biblia.