07) ¿Cómo acabas con el debate y descubres cuál de esas religiones, si es que existe alguna, es la correcta?
A mi entender la cuestión de la fe no proviene de ningún debate, como no sea el debate interior de admitir o no la evidencia interna de Dios que está llamando a una persona.
08) ¿La historia sangrienta del Cristianismo hace sentido con lo que se supone ser la religión de amor, o simplemente ella ilustra las consecuencias de abandonar la razón por la fe?
La pregunta es capciosa, porque supone admitir como cierto el tópico de «la historia sangrienta del cristianismo». Yo me preguntaría si la historia sangrienta del hombre demuestra la falsedad de la humanidad.
Con el caso del cristianismo tenemos una sociedad colectiva visible, la Iglesia, a la que podemos achacar la responsabilidad de hechos ocurridos en otros tiempos con otros hombres. No está mal achacar esa responsabilidad, mientras se le achaquen también los beneficios de esa misma colectividad. Por ejemplo, la mayoría, por no decir todos, los científicos de los que se ufana la historia de la ciencia, eran eclesiásticos u hombres de Iglesia, formados en ella. Incluso nombres debatidos y presentados como contrarios a la Iglesia, pongamos por caso Galileo, eran gente de Iglesia, que se movía en círculos eclesiásticos, y estudiaba y proponía sus tesis e inventos financiados por gente de Iglesia. Naturalmente, en muchos casos, como ocurre con toda sociedad visible, se trataba de una facción de unos contra otros, pero todos eran Iglesia y de la Iglesia.
Entonces estoy dispuesto a admitir la «historia sangrienta del cristianismo» si se me admite que «la ciencia tal como la practicamos es de origen eclesiástico».
Yo no pienso realmente eso. Más bien creo que los hechos realizados por hombres son de la humanidad, sea quien sea al que le toque ocasionalmente encarnar la idea dominante de cada época. Pero formulo la cosa para que se vea lo parcial y voluntariamente sesgado que es hablar de la «historia sangrienta del cristianismo».
Donde hay ser humano hay «historia sangrienta», porque el ser humano (y los relatos del inicio de la Biblia lo retratan en toda su crudeza) parece adolecer de una innata morbosidad fratricida. Apuntar al cristianismo como «causa» es distraer de la cuestión central, el hombre.
Una religión del amor no implica que quienes se bautizan se convierten en seres de amor; eso sería magia, no religión, y la magia parece que es bastante ineficaz en todo, incluyendo en convertir esto que somos en «seres de amor». Los sacramentos no son magia, son signos que nos ponen en un camino: el que es bautizado en Cristo (la expresión significa en griego «ser sumergido en Cristo») se pone en camino de dejar que su vida sea guiada y llevada a plenitud por el propio Cristo, a imitación de su Vida, que fue de completa autodonación.
El sacramento de la eucaristía no nos pone en una mágica comunión con Dios y todos los seres humanos, nos pone en dirección a aceptar la comunión con Dios y con los demás como un objetivo real y pleno para nuestra vida.
Lo mismo debe decirse de los restantes cinco sacramentos. Ninguno de ellos obra por magia, no son eso, ponen en camino, marcan un rumbo, y disponen de parte de Dios a quien lo recibe a que si lo quiere, pueda caminar en ese camino.
Pero hasta ahí su eficacia: es el hombre el que debe dar el sí al cambio de su corazón, a ver a los demás como hermanos y no como enemigos, etc.
En el cristianismo se ven más los defectos de los hombres, precisamente porque tiene a la vista y abierto a todos cuál es el objetivo y el ideal.
09) Si todo es producto del grande proyecto de un arquitecto omnisciente y benevolente, ¿por qué la historia de la vida es un registro de horrible sufrimiento, desperdicio grosero, y fallas miserables? ¿Por qué ese Dios pasa miles de millones de años con tal carnicería sin haber alcanzado todavía su objetivo?
La idea de que todo es producto de un proyecto arquitectónico, etc… se parece más a un dios masónico y racionalista, no al Dios vivo y verdadero, que es, ante todo, Padre.
Todo lo que decimos de Dios debe pasarse por el registro de lo paterno para poder entenderlo mejor. Incluso aunque la paternidad humana es limitada y no está exenta de egoísmo, es quizás la relación humana de mayor autodonación y gratuidad (cuando digo «paternidad» me refiero a los dos complementarios, padre y madre: también la Biblia habla de Dios en los dos términos).
Todo padre tiene un plan para sus hijos, pero ese plan no es el de una arquitectura cerrada, donde el hijo se limita a ejecutarlo. En sentido paterno, tener un plan es abrir un ámbito protectivo donde el hijo, a través de su propia libertad y con el uso de sus propias facultades, va realizándose a sí mismo, y abriéndose a los demás, descubriendo la verdad de los propios deseos e inclinaciones.
El plan de Dios sobre cada uno de nosotros, sobre la humanidad en conjunto y sobre la entera creación, es el plan propio de un Padre, no de un arquitecto: somos nosotros los actores de ese plan, es decir, los que nos movemos en el ámbito protectivo de su providencia y bondad, y vamos descubriendo, en diálogo con él, la verdad de nosotros mismos, y cómo realizar eso que en el fondo somos: seres de amor.
Es lamentable que el ser humano esté tan lleno de fallos estructurales, seamos tan sanguinarios, egoístas y miserables, pero es un principio de realidad que no debe obviarse, la religión no cambia mágicamente la naturaleza humana, invita a corregirla, trabajando, ante todo, sobre uno mismo, y de cara a Dios, que mostró, al asumir la humanidad, que era posible la completa autodonación, la desaparición del «yo» egoísta que nos ata a lo que en lenguaje bíblico son los «criterios del mundo»: poder, posesión, dominio de los demás.
Sería interesante ver qué pasa si quitamos a Dios de la vida de la gente, ¿mejora automáticamente? Hoy podemos responderlo taxativamente, porque tenemos ya años de comunidades hechas sin referencia de ninguna clase a Dios, leyes enteramente humanas, en estados completamente a-religiosos desde hace mucho tiempo… pero no parece que la mezquindad humana haya cambiado. Y sí hay una diferencia radical con las sociedades donde Dios está presente (lo que no quiere decir que sean «confesionales»): en las sociedades completamente a-religiosas, el vacío existencial, la falta de un «por qué es importante vivir», la desintegración de lo específico humano, el desdibujamiento de lo humano como algo propio y valioso, es total. No es raro escuchar que «somos simplemente animales»; no es raro leer en los divulgadores periodísticos frases como «nosotros los primates»… ¡va de suyo que participamos de las características de todo lo creado, incluidos los primates! pero eso no quiere decir que somos primates, o que somos simplemente mamíferos, ni menos que somos animales sin más: somos hombres, seres humanos, con una dignidad propia y específica, que no se reduce al papel puramente químico que la pseudo divulgación materialista nos quiere imponer.
Creer en Dios no garantiza hacer sociedades con valores trascendentes de justicia, o con un proyecto trascendente de futuro, de eternidad, sí, de eternidad, que es a lo que el hombre, cada uno, está llamado; pero reconocer el papel de Dios en nuestra vida es un paso hacia esa dignificación trascendente, que sin embargo no la hará él, como un padre no suple a sus hijos en lo que es responsabilidad de ellos conseguir.
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