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1. Argumentar para ganar

Uno de los principales problemas de toda nuestra apologética o “defensa” de la fe es que precisamente se convierte en una defensa militar, el otro es el enemigo y la apologética mi espada, lista para destruir los argumentos del otro.

¿Es eso lo que nos pidió Cristo? ¿Es eso lo que dice Pedro cuando menciona: «Al contrario, ‘dad culto al Señor,’ Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza.» (1Pe 3:15)?

No necesitamos “defender” las razones de nuestra fe, necesitamos ser testimonio, ser testigos felices de Cristo, mostrar su rostro, mostrar su salvación y el porqué es importante Cristo para mí.

Pero muchos Cristianos no ven esto, se ponen espada, coraza, escudo y se convierten en “soldados” (creyendo ser soldados de Cristo) listos para destruir argumentos, aplastar herejías, escupir en la cara lo que el otro tenga que decir y todo para decir: ¡gané!, creyendo que esa victoria es de Cristo, cuando no es más que una victoria mundana.

Nos convertimos en servidores del diábolos, del que divide, en ves de ser servidores de la Palabra que convoca a todas las naciones hacia ella, ya no somos apóstoles enviados a anunciar, somos encargados de dividir.

Seamos entonces verdaderos apóstoles, demos testimonio… si un ateo trae la imposibilidad ontológica de Dios, muéstrale tus razones para creer, las tuyas, no las de Santo Tomás de Aquino, puedes mencionarlo como cita, pero que sean al final tus razones. No trates de ganar, anuncia lo que has vivido y el porque crees lo que crees. Explica cómo tú ves y salvas esa objeción, no como esa objeción es falsa y tú eres dueño de la verdad.

Si un protestante habla de las imágenes o los santos, no le saques los 15 pasajes bíblicos que lo contradicen. Mejor explica porque tú junto con la Iglesia rezan a los santos, explica las razones profundas de esa fe, puedes colar un par de citas bíblicas, pero que no sea un copy & paste de lo que todos los Católicos del mundo contestan a todos los Protestantes del mundo y todo sigue igual, nosotros sin decir nada y ellos sin escuchar nada.

Seamos testigos, felices testigos de un anuncio que se nos ha dado con amor, fe y esperanza. Somos portadores de estas tres virtudes, somos portadores de un mensaje que nos supera y no nos pertenece, somos enviados a dar esa buena nueva, a todos: a los ateos, protestantes, idólatras, cristianos tibios… No fuimos enviados a tener razón, fuimos enviados a proclamar y convertir los corazones no por nuestra propia fuerza, sino con la fuerza de Dios que es su palabra salvadora, y de la cual somos testigos porque fuimos amados primero.

2. No escuchar las razones profundas del otro

No escuchar al otro es la continuación de lo que estábamos haciendo mal en el otro punto, como solo nos interesa “defender” y ganar, como realmente no nos interesa lo que el otro dice, entonces para nosotros Joseph el luterano, es igual a Lorenzo el protestante y a Huno el ateo. Si invocan los argumentos contra el papado, saco mi “respuesta frecuente” acerca del capítulo de las llaves de Pedro, si mencionan el culto a María, que no tema nadie, ya tengo listo mi copy & paste con las citas bíblicas que hablan de la nueva arca de la alianza, la llena de gracia, etc. Y no se diga cuando hablamos con un ateo, ya tenemos listos los argumentos clásicos contra sus objeciones.

Si Dios quisiera que el testimonio fuera de esa manera, hubiera dado su palabra al personal de un call center o centro de telemarketing donde ante cada pregunta o argumento, contestarán lo mismo sin importar quién fuera el que llama.

Todos tenemos una historia, todos creemos lo que creemos por alguna razón, muchas veces profunda y que nos constituye en los que somos actualmente… Evangelizar es ESCUCHAR al otro, comprender su vida, comprender su fe, comprender sus razones… y mi labor de enviado, de apóstol, de testigo, es escuchar, amar, comprender y decir: te entiendo, mira, déjame decirte quien soy yo, mi vida y mis razones de esperanza. Déjame decirte porque soy parte de la Iglesia, porque los sacramentos son importantes, porque a pesar del mal creo en Dios.

Probablemente esa persona seguirá aparentemente pensando igual, pero al escucharlo y darle tu testimonio, habrás plantado una semilla. Porque cuando el otro se siente escuchado se abre su alma como un surco en la tierra… Y cuando hablamos desde el corazón, cuando damos nuestro testimonio, colocamos una semilla buena en ese surco. Quizá no veremos el fruto que pueda brotar de ahí, pero dará fruto, porque para Dios nada es imposible.

3. Olvidar realmente mis razones de esperanza

Estamos tan enfrascados en “defender” la fe, en “contestar” solo por contestar, “argumentar” solo por argumentar. Lo hacemos contra los protestantes, contra los ateos, contra otros Católicos, contra la Iglesia cuando algo no nos parece… Hacemos todo esto y nos olvidamos de nuestras verdaderas razones de esperanza. Nos convertimos en poseedores de una ley (le llamamos verdad pero estamos muy lejos de la verdad), tenemos una ley y esa ley debe ser impuesta y defendida. ¿Pero acaso esa es nuestra razón de esperanza? ¿Mi razón de esperanza es no usar condón?, ¿Mi razón de esperanza es llamar a María la nueva arca de la alianza? ¿Mi razón de esperanza es que las misas sean en latín? ¿Mi razón de esperanza es que los homosexuales no se casen? ¿Mi razón de esperanza es una Iglesia fuerte y dominante? ¿Mi razón de esperanza es mandar al infierno a todos los ateos? ¿Mi razón de esperanza es simplemente tener razón?

Olvidamos las bases fundantes de nuestra fe. Sabemos que todo eso que defendemos es importante, pero hemos ocupado la mayor parte de nuestro tiempo a defender las consecuencias de nuestra fe, las “aplicaciones prácticas” de nuestra fe, y hemos olvidado su base fundante, su núcleo, su logos, hemos olvidado la buena nueva que vino a traer Jesucristo, nos hemos hecho fariseos, nos hemos convertido en esclavos de la ley. Hemos olvidado la verdadera salvación, la verdadera alegría primigenia, cuando nos encontramos con el rostro de Cristo, que nos amó primero y nos llamó, nos convocó y nos envió… No vino a traer paz sino espada, pero olvidamos que esa espada viene del testimonio, de la fuerza del evangelio, y al olvidar eso, al olvidar las razones profundas de nuestra esperanza, al olvidar las razones profundas de nuestra fe… matamos el soplo del Espíritu Santo, cerramos las puertas de Pentecostés y nos erigimos como dueños de una ley que hay que restregar a los demás en la cara. En vez de llevar el evangelio, llevamos los gritos y los grilletes…

Despierta, retorna a mirar el rostro de Jesús, ora y pídele a Dios que te recuerde las maravillas que ha hecho contigo, que te recuerde las razones de tu esperanza, de tu fe, de tu amor y entonces sí, sal a dar testimonio, sal a dar la buena nueva… como Dios nos enseñó: convocando, curando, escuchando, acogiendo, salvando.